LOS HOMBRES DE CELINA

Páginas: 100 (24969 palabras) Publicado: 24 de octubre de 2015
 LOS HOMBRES DE CELINA
Mi padre no mostró mucha pena, ni mucha generosidad, cuando le dije que me iba. Y no le dije que estaba harto de aquello, porque él ya lo sabía, o lo sabía y no se lo explicaba, como no se explicó nunca que el pueblo me reventara, y me reventaba el mostrador inmenso frente a las prolijas estanterías que estaban divididas en artículos de tienda, de ropa, de bebidas, deferretería y de almacén al menudeo. Para él, aquello era la prosperidad y el porvenir. Para mí, era la vida con olor a rutina y a depósitos donde la cebolla se pudría y la alfalfa tenía en su perfume una anticipación de bosta. Mis hermanos mayores terminaron el Bachillerato en el pueblo y -misión cumplida y educación más que necesaria- fueron ocupando su lugar en el mostrador, y manejaban la básculaque pesaba más en los acopios y menos en las ventas, y llevaban los libros de contabilidad, y se turnaban para llevar por la mañana el dinero de las ventas al Banco. Yo sabía que trabajaban teniendo en mente eso que mi padre siempre enfatizaba durante la cena: que el negocio [16] era un todo; que él y mi madre morirían alguna vez, y el todo quedaría para ser repartido, y que la finalidad de la vidaera acrecentar aquel todo para que lo que «tocara» a cada uno fuera lo más generoso y abundante posible. De modo que Arsenio, Román y José aprendieron a acomodarse dentro de aquella extraña predestinación que llevaría a la riqueza, de la riqueza a la muerte, y de la muerte otra vez a la riqueza, porque así estaba escrito, y así debería hacerse, esperando el canto del gallo para levantarse lostres a lavarse la cara, tomar el mate cocido y abrir las puertas del negocio, las tres puertas del negocio extendido a lo largo de casi media cuadra de aquel edificio con galerías, cada uno a «su» puerta, que se abría sobre la calle ancha y terrosa, donde las carretas que iban y venían dejaban su impronta de bosta, que no duraba mucho, porque al atardecer del día anterior aquella pareja dejaponeses sin edad había venido con su camioncito y su pala a llevársela como abono, para producir aquellos tomates tremendos y aquellos melones que no sabían a nada porque como decía Gumersindo, el borracho, tenían alma de mierda. Yo no encajé en aquello. No había una cuarta puerta que yo abriera y sentía un odio irracional por la báscula, fastidio por los japoneses horticultores, y como un peso vayauno a saber dónde cuándo los carreteros traían una carga triste de maíz degenerado y se llevaban otra carga triste de bolsas de galletas mohosas, grasa de cerdo y alguna damajuana de caña, lujo que la mujer consentía porque era compensado con unos metros de tela y alguna barra grasienta de jabón de lavar. Y allí [17] terminaba el negocio, porque así decía la «liquidación» que hacía mi hermanoArsenio, donde el importe del maíz se reducía a cero en una columna y el de las compras a otro cero en la columna opuesta, sin que jamás cupiera el soñado «beneficio» que aquellos carreteros tristes esperaban que saliera como de un pozo de los milagros, que arrojara un «saldo» para llevarse uno de esos transistores a pila que miraban con hambre inalcanzable allá en la cima de la estantería,dentro de sus transparentes forros de plástico. Lo dicho, yo no encajé en aquello. Y ni aún cuando traje a casa mi diploma de Bachiller no vi en los ojos de mi padre ese brillo de orgullo que había visto cuando mis hermanos mayores trajeron el papelote aquél, testimonio de su afección al santo sacramento del negocio y puerta abierta a la responsabilidad de compartirlo y trabajarlo para heredarlo. Élestaba tomando mate bajo la parra, que servía mi madre, cuidadosa en su oficio de apantallar la brasa de carbón bajo la pava, dejar caer el agua caliente sobre la yerba desde la altura justa para que gorgoteara en la calabaza y formara la espuma que gustaba al «Viejo», y ofrecerle la infusión a la temperatura exacta, sonriendo cuando el gesto de satisfacción de mi padre se dejaba oír con un...
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