Los Largartos

Páginas: 244 (60995 palabras) Publicado: 19 de agosto de 2013
Jerónimo Peor no tuvo ningún reparo en nacer. En un íntimo arrebato nació y punto. Y no sería sino con los años cuando vendría a reparar en las consecuencias de aquel acto intempestivo; pero poco le costó convencerse de que a pesar de todo, cada quien nace bajo su propio riesgo y corre por la vida con una muerte a cuestas que, de puro engordar con los años, acaba un día por aplastar a sucabalgadura.
"Si algo pudiera llevarme a la muerte, eso sería el ruido del mar", había escrito Jerónimo en una hoja de papel pegada a un cartón y recorría las calles Josefinas mostrándola a la gente sin conseguir que fuera leído su mensaje. Hacia la noche, regresaba exhausto a una pensión donde Consuelo Peor, su hermana, lo esperaba atenta pero sin angustia para servirle un caldo de algo que él bebía alargos intervalos, sentado a una mesa cualquiera, confundido entre los clientes, ajeno al entorno, ajeno al alto volumen de la música del equipo de sonido, ajeno a los juegos de luces, a las conversaciones, al baile de las muchachas, a los gritos, a los pleitos..., profundamente embebido en alguna imagen imprecisa que parecía proyectar en la superficie de su caldo.
Consuelo solía dejar a veces lacocina para hacerse compañía con su hermano. Cuando ella preguntaba el "¿cómo van las cosas?" de costumbre, Jerónimo salía de su adentro y levantaba los hombros. Consuelo entendía.
Con una cinta gruesa y blanca atada a la frente, un delantal de cuerpo entero y unos brazos titánicos, doña Consuelo Peor trabajaba desde muy temprano dirigiendo a unas muchachitas escurridas y pálidas como peniten-tes, que aseaban el lugar mientras ella preparaba el café fuerte, el gallopinto con huevos y el pan para el desayuno de las gladiadoras de la noche. El resto de su día era distribuido con pacienzuda precisión entre la limpieza general y los demás quehaceres de aquel lugar que demandaba su dedicación y constancia.
Al cabo de un rato, Jerónimo se levantaba despacito y se retiraba en silencio haciasu habitación ubicada al fondo, detrás del cuarto de pilas. A espaldas de Consuelo, aquel cuartito era mejor conocido por los clientes como "el cuarto del loco"; pero Consuelo sólo fingía no saberlo. Una vez uno de ellos puso en tela de duda el juicio de Jerónimo y se atrevió a decir, delante de su hermana: "ese, loco no está, lo que tiene es que no se le para". Consuelo miró largamente su brazobrillante de sudor; pensó en quedarse quedita, pero el infeliz reía tanto de su chiste que ella simplemente se colocó detrás de él, lo abrazó contra su pecho y presionó con una descarga más bien mínima de sus fuerzas. El infeliz perdió el color de los labios y se desvaneció como un flato. Ella lo de- positó en una silla y se marchó sin decir nada, olvidada por completo del percance.
El movimientose prolongaba hasta la madrugada, aunque la cocina de Consuelo se cerrara irremediablemente a las diez de la noche. Las muchachas subían del brazo de los clientes al piso superior y bajaban solas después de la jornada. El acuerdo con la dueña de la pensión consistía en que el cliente alquilara una habitación por veinte minutos extensibles a media hora y, aparte, pagara a la muchacha los demásservicios. De esa forma, cada una era la administradora de sus ganancias, de donde debían pagar también por la misma ha- bitación pero para vivir.
Por la mañana, el salón amanecía como el epicentro de una batalla campal, con regueros de cerveza por todo lado, restos de comida adheridos a las mesas, colillas de cigarros por el piso como si fuera el tabaco una especie en extinción, de probar entonces onunca.
Un penetrante olor producto de todo aquello junto, era un aliento de dragón que Consuelo tenía que enfrentar a escobazos para echarlo de ahí. Desde las cinco de la mañana Consuelo Peor luchaba contra el dragón que revoloteaba desde el salón hasta la cocina, se enroscaba en las aspas del ventilador grande desde donde saltaba, corría por debajo de las mesas y gruñía cuando por fin ella...
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