Los Lidos
¿Habría pasado tal vez una hora desde que llegó el camión de la mudanza? Había venido muy temprano, cuando por toda la placita soñolienta y aterida apenas circulaba de nuevo, como un jugo, la tibia y vacilante claridad de otro día; cuando sólo sonaba el chorro de la fuente y las primeras campanas llamando a misa; cuando aún no habían salido los barrenderos a arañar la mañanacon sus lentas, enormes escobas, que arrastraban colillas, púas de peine, herraduras, hojas secas, palitos, pedacitos de carta menudísimos, rasgados con ira, botones arrancados, cacas de perro, papeles de caramelo con una grosella pintada, remolinos de blancos, leves vilanos que volaban al ser removidos y escapaban a guarecerse en los aleros, en los huecos de los canalones. Miles y miles depequeñas cosas que se mezclaban para morir juntas, que se vertían en los carros como en un muladar.
Los entumecidos, legañosos barrenderos, cuyas voces sonaban como dentro de una cueva, eran los encargados de abrir la mañana y darle circulación, de echar el primer bocado a la tierna, intacta mañana; después escapaban aprisa, ocultando sus rostros, que casi nadie llegaba a ver. «Ya ha amanecido», sedecían desde la cama los enfermos, los insomnes, los desazonados por una preocupación, los que temían que la muerte pudiese sorprenderles en lo oscuro, al escuchar las escobas de los barrenderos rayando el asfalto. «Ya hay gente por la calle. Ya, si diera un grito, me oirían a través de la ventana abierta. Ya va subiendo el sol. Ya no estoy solo.» Y se dormían al fin, como amparados, sintiendo elnaciente día contra sus espaldas.
El gran camión se había arrimado a la acera reculando, frenando despacito, y un hombre pequeño, vestido de mono azul, saltó afuera y le hacía gestos con la mano al que llevaba el volante:
–¡Tira¡… Un poco más atrás, un poquito más. ¡Ahora! ¡¡Bueno!!
Luego el camión se quedó parado debajo de los balcones y los otros hombres se bajaron también, abrieron las puertastraseras, sacaron las cuerdas y los cestos, los palos para la grúa. Entonces parecía todavía que no iba a pasar nada importante. Los hombres se estiraban, hablaban algunas palabras entre sí, terminaban con calma de chupar sus cigarros antes de ponerse a la faena. Pero luego todo había sido tan rápido… Quizá ni siquiera había pasado hora y media. Cuando llegaron tocaban a misa en la iglesia deenfrente, una muy grande y muy fría, donde le encoge a uno entrar, que tiene los santos subidos como en pedestales de guirlache. Sería una de las primeras misas, a lo mejor la de siete y media. Luego habían tocado otra vez para la siguiente. Y otra vez. Poco más de una hora. Lo que pasa es que trabajaban tan de prisa los hombres aquellos.
«Si me llego a dormir -pensaba Paca-. Una hora en el sueño ni sesiente. Si me llego a dormir. Se lo habrían llevado todo sin que lo viera por última vez.» Claro que cómo se iba a haber dormido si ella siempre se despertaba temprano y, si no, la despertaban. Pero se había pasado toda la noche alerta con ese cuidado, tirando de los ojos para arriba, rezando padrenuestros, lo mismo que cuando se murió Eusebio, el hermanillo, y estuvieron velándolo. Por tresveces se levantó de puntillas para que su madre no la sintiera, salió descalza al patio y miró al cielo. Pero las estrellas nunca se habían retirado, bullían todavía, perennemente en su fiesta lejana, inalcanzable, se hacían guiños y muecas y señales, se lanzaban unas a otras pequeños y movedizos chorros de luz, alfilerazos de luz reflejados en minúsculos espejos.
Cecilia decía que en las estrellasviven las hadas, que nunca envejecen. Que las estrellas son mundos pequeños del tamaño del cuarto de armarios, poco más o menos, y que tienen la forma de una carroza. Cada hada guía su estrella cogiéndola por las riendas y la hace galopar y galopar por el cielo, que es una inmensa pradera azul. Las hadas viven recostadas en su carroza entre flores de brillo de plata, entre flecos y serpentinas...
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