Los Pigmeos

Páginas: 17 (4044 palabras) Publicado: 9 de noviembre de 2015
 Los pigmeos
La huella anunciada por los bantúes era invisible. El terreno resultó ser un lodazal sembrado de raíces y ramas, donde a menudo se hundían los pies en una nata blanda de insectos, sanguijuelas y gusanos. Unas ratas gordas y grandes, como perros, se escurrían a su paso. Por fortuna llevaban botas hasta media pierna, que al menos los protegían de las serpientes. Era tanta la humedadque Alexander y Kate optaron por quitarse los lentes empañados, mientras el hermano Fernando, quien poco o nada veía sin los suyos, debía limpiarlos cada cinco minutos. En aquella vegetación lujuriosa no era fácil descubrir los árboles marcados por los machetes. Una vez más Alexander comprobó que el clima del trópico agotaba el cuerpo y producía una pesada indiferencia en el alma. Echó de menos elfrío limpio y vivificante de las montañas nevadas que solía escalar con su padre y que tanto amaba. Pensó que si él se sentía abrumado, su abuela debía estar al borde de un ataque al corazón, pero Kate rara vez se quejaba. La escritora no estaba dispuesta a dejarse vencer por la vejez. Decía que los años se notan cuando se encorva la espalda y se emiten ruidos: toses, carraspeos, crujir dehuesos, gemidos. Por lo mismo ella andaba muy derecha y sin hacer ruido. El grupo avanzaba casi a tientas, mientras los monos les tiraban proyectiles desde los árboles. Los amigos tenían una idea general de la dirección a seguir, pero no sospechaban la distancia que los separaba de la aldea; menos aún sospechaban el tipo de recibimiento que les esperaba. Caminaron durante más de una hora, pero avanzaronpoco, era imposible apurar el paso en ese terreno. Debieron atravesar varios pantanos con el agua hasta la cintura. En uno de ellos Angie Ninderera pisó en falso y dio un grito al comprender que se hundía en barro movedizo y sus esfuerzos por desprenderse eran inútiles. El hermano Fernando y Joel González sujetaron un extremo del rifle y ella se agarró a dos manos del otro, así la llevaron atierra firme. En el proceso Angie soltó el bulto que llevaba. —¡Perdí mi bolso! —exclamó Angie al ver que éste se hundía irremediablemente en el barro. —No importa, señorita, lo esencial es que pudimos sacarla —replicó el hermano Fernando. —¿Cómo que no importa? ¡Allí están mis cigarros y mi lápiz de labios! Kate dio un suspiro de alivio: al menos no tendría que oler el maravilloso tabaco de Angie, latentación era demasiado grande. Aprovecharon un charco para lavarse un poco, pero debieron resignarse al barro metido en las botas. Además, tenían la incómoda sensación de ser observados desde la espesura. —Creo que nos espían —dijo Kate por último, incapaz de soportar la tensión por más tiempo. Se pusieron en círculo, armados con su reducido arsenal: el revólver y el rifle de Angie, un machete yun par de cuchillos. —Que Dios nos ampare —musitó el hermano Fernando, una invocación que escapaba de sus labios cada vez con más frecuencia. A los pocos minutos surgieron cautelosamente de la espesura unas figuras humanas tan pequeñas como niños; el más alto no alcanzaba el metro cincuenta. Tenían la piel de un color café amarillento, las piernas cortas, los brazos y el tronco largos, los ojosmuy separados, las narices aplastadas, el cabello agrupado en motas. —Deben ser los famosos pigmeos del bosque —dijo Angie, saludándolos con un gesto. Estaban apenas cubiertos con taparrabos; uno llevaba una camiseta rotosa que le colgaba hasta debajo de las rodillas. Iban armados con lanzas, pero no las blandían amenazantes, sino que las usaban como bastones. Llevaban una red enrollada en un palo,que cargaban entre dos. Nadia se dio cuenta de que era idéntica a la que había atrapado a la gorila en el lugar donde aterrizaron con el avión, a muchas millas de distancia. Los pigmeos contestaron al saludo de Angie con una sonrisa confiada y unas palabras en francés, luego se lanzaron en un incesante parloteo en su lengua, que nadie entendió. —¿Pueden llevarnos a Ngoubé? —les interrumpió el...
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