los significados del guadalupanismo
CAPITULO I
Miss Mathilda Hockersnickler, de Upper Little Puddle-
patch, se hallaba sentada junto a la ventana entreabierta.
El libro que estaba leyendo acaparaba por completo su
atención. Cerca pasó un cortejo fúnebre sin que lo notasesiquiera a través de las vaporosas cortinas de encaje que
adornaban sus ventanas, y el altercado que sostenían dos
vecinas pasó inadvertido para ella por el rumor de la
espidistra que adornaba el centro de la ventana interior.
Miss Mathilda estaba leyendo.
Por un mo mento dejó el li b r o s o b r e s u r e g a z o , s e
levantó los anteojos de montura de acero hasta la frentey se restregó los ojos enrojecidos. Después volvió a aco-
modarse los anteojos sobre su bastante prominente nariz,
tomó el libro y continuó leyendo un poco más.
Desde su jaula, un loro verde y amarillo, de ojos de
cuentas de vidrio, miraba hacia abajo con cierta curio-.
sidad, luego lanzó un bronco chillido:
— ¡Polly se fue, Polly se fue!
Mathilda se puso de pie de un salto.— ¡Ay! ¡Válgame Dios! —exclamó— Lo siento mucho,
queridito mío: había olvidado por completo llevarte a la
percha.
Abrió con cuidado la puerta de la jaula de alambres
dorados e, introduciendo la mano, levantó aquel loro
viejo y algo maltrecho y lo sacó con suavidad.
— ¡Polly se fue, Polly se fue! —chilló otra vez el loro.— ¡Vamos, pájaro tonto! —le contestó Mathilda— Eres tú
quien se va. Voy a ponerte en tu percha.
9
LOBSANG RAMPA
Dicho esto colocó al animal en el travesaño de aquella
vara de un metro y medio de altura que en su extremo
inferior tenía una especie de platillo o cazoleta. Con
cuidado le ate la pata izquierda con una cadenita y luegoverificó que el recipiente del agua y el de las semillas
estuviesen llenos.
El loro ahuecó las plumas y en seguida puso la cabeza
debajo del ala, mientras dejaba escapar unos arrullos.
— ¡Ah, Polly! —dijo la mujer — Deberías venir a leer
este libro conmigo. Trata de lo que somos cuandb ya noestamos más ar ; u i . M e g u s t a r í a s a b e r q u é e s l o q u e
realmente creía el autor.
Volvió a su asiento y con toda minuciosidad y recato
se acomodó la falda de manera q ue ni siquiera se le
viesen las rodillas.
V o l v i ó a t o m a r e l l i b r o y se d e t u v o , d u b i t a t i v a , a
mitad de camino entre su regazo y la posición de leer,
hasta que finalmente lo dejó para tomar una larga agujade tejer con la cual, y con una energía sorprendente para
una mujer de sus años, comenzó en seguida a rascarse la
espalda, entre los omoplatos, con decidida delectación.
— ¡Ah! —exclamó — ¡Qué alivio extraordinario! Sin
duda que todo es por causa del corpiño. Me parece que
ha de ser una cerda o algo por el estilo que se me hametido ahí. ¡Qué alivio da rascarse! —concluyó, y volvió a
mover la aguja 'frenéticamente, con una expresión de
gusto dibujada en el rostro.
Calmada momentáneamente la picazón, dejó la aguja.
én su lugar y tomó el libro.
— ¡La muerte! —dijo para sí, o quizás al distraído
loro— Si al menos supiera qué pensaba realmente el autoracerca de lo que hay después de la muerte...
Se detuvo un momento y extendió una mano hacia el
lado opuesto del tiesto de la aspidistra para tomar unas
golosinas que había colocado allí. Después, con un sus-
piro, se puso de pie una vez más y le dio una al loro,...
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