Lovo

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FRASE

La bulla era insoportable. Escándalos, gritos y chillidos retumban por las delgadas paredes de madera. Cada vez podía escuchar menos la posible voz de Descartes contándole de que trataba el discurso del método. Las páginas se mantenían en silencio por momentos. Se distraía al intentar entender los gritos de los niños. Eran bastantes, tal vez demasiados, le aterraba pensar cuantoseran. Imposible descifrarlo, pero todos hablaban a la vez. Se paró, dio una vuelta por la pequeña habitación, sacó unos cuantos libros de los pequeños estantes a su alrededor y los empezó a hojear como si fueran a bloquear los alaridos. Sólo miraba las páginas, sin leer una sola palabra. Se volvió a sentar aspirando poder retomar el aburrido libro. Imposible. No pudo más con la curiosidad y saliótímidamente a ver de qué se trataba todo el alboroto. Habían entrado los de 1er año, estaban por escuchar a Aldo Belmont, un ex trabajador del colegio de baja estatura, cabello canoso, unas cuantas arrugas, voz potente y sobretodo de buen carácter. Había trabajado treinta y seis años ocupándose de la limpieza del colegio. Se volvió famoso por su fantástica manera de relatar viejas historiasdurante el recreo. Estaba jubilado hace dos años, pero le encantaban los niños y era difícil igualar sus exageradas actuaciones. Lo llamaban muy a menudo para contar cuentos a los menores. Era la forma que tenía el colegio para incentivar a los alumnos a que se inicien en la lectura.
Álvaro lo reconoció de inmediato y de pronto escuchaba en su cabeza algunas de sus grandes historias. Se quedóinmóvil por un momento mirando al piso con la mirada perdida en los recuerdos. Se acercó con cuidado, manteniendo suficiente distancia para que nadie pensara que estaba interesado en escuchar cuentos para niños. Con 13 años era el menor de 4 hermanos, lo trataban como chiquillo, de ahí proviene su afán por aparentar ser mayor. “Libros complejos y aburridos, extensos y sin dibujos, asuntos relacionadoscon la economía y la política del país, esos son los temas que me tienen que interesar. Estos cuentecillos son bobadas. Cosa de niños”.
Ya no había bulla, solo se escuchaba una sola voz. Aldo había comenzado su cuento y los niños se encontraban sentados escuchando. ¡Ah, por fin! Ahora sí.
Álvaro regreso a la pequeña habitación donde había dejado olvidado el tedioso libro de Descartes. Abríanuevamente el libro mientras intentaba recordar en dónde se había quedo. Por momentos parecía encontrar la página donde paró y leía contenidos que consideraba nuevos, probablemente era ahí, pero tras leer unos cuantos párrafos, algunas frases le sonaban familiares. Sabía que estaba completamente perdido. Había avanzado una buena cantidad de páginas y aun así no tenía idea de que trataba lo que ibaleyendo. “Que importa, lo importante es poder decir que mis lecturas son de este calibre. Los mayores leen libros así, esto me pondrá a su nivel”. Sus ojos seguían la lectura mientras su mente recreaba los cuentos fantásticos de Aldo. Intentaba agudizar su oído para poder escuchar lo que decía. Engañándose a sí mismo, salió de su pequeño cuarto aislado pretendiendo buscar algo importante. Sabía quequería escuchar el cuento, pero intentaba no aparentarlo. Regresó, agarro su libro y volvió a salir. Esta vez se sentó en una silla cerca de donde ocurría el espectáculo. Acomodó el borde externo del pie izquierdo sobre su rodilla derecha. Se ayudó con las manos, pero lo consiguió. “Que incomodo, me duele la pierna, el muslo y la espalda. ¡Aguanta Álvaro! Seguro te vez genial”. Con el libro entrelas piernas, fijó sus ojos en la primera página con la que se topó. Su mirada aspiraba visualizar entre las complicadas y confusas letras la imagen del cuentista. Desatendió todos sus sentidos y se concentró en el oído. Por momentos pasaba la página para crear un escenario más convincente y aprovechaba ese momento para levantar la cabeza unos segundos y observar lo que sucedía.
Ni siquiera el...