Lujan En El Siglo Xviii

….Podría, pues, declarar que acabo de descubrir a Lujan. He llegado demasiado tarde para adquirir un extenso conocimiento material de vuestro hermoso suelo, de vuestro cielo azul, del histórico, y, más aun, prehistórico rio. Adoptare entonces, si ello no os incomoda, la segunda actitud del perfecto pescador de perlas desconocidas: veamos el origen, sepamos de donde viene cuanto nuestrosasombrados ojos descubren…

Cuando se contempla por primera vez vuestra hermosa ciudad, saturada de misterio en el pasado, y convertida por arte de la civilización en uno de los más luminosos centros de cultura de Buenos Aires… - cuesta, en verdad, trabajo, a la apagada fantasía del investigador, remontarse a través de los textos apolillados hasta aquella época en que la Guardia de Lujan era apenas unfortín, un puesto avanzado de la mísera colonia sobre la pampa infinita, asolada por el tehuelche.

¿Cómo sería entonces vuestro pueblo, allá por 1750, en vísperas de que el gobernados Andoanegui le concediera el titulo de villa, mas tarde confirmado por el rey D. Fernando VII?     

Aquí pasa, con su aire de hidalgo, don Juan de Lezica y Torrezuri, el padre de Lujan, su fundador y protector…El 7 de diciembre de 1760 tuvo lugar la proclamación de Carlos III. No quedo un alma en la villa, ni labrador en su rastrojo que no ensillara con lujo su mejor caballo y corriera tras de don Juan de Lezica y Torrezuri para oírle exclamar: ¡Castilla y las Indias! ¡Por el rey nuestro señor!

La frontera corría a lo largo de ciento cincuenta y cinco leguas (poco menos de novecientos kilómetros),guardando a Buenos Aires. La línea de defensa estaba formada por seis fuertes guarnecidos de blandengues y cinco fortines ocupados por milicias rurales, a ración y sin sueldo. La distribución era así: fuerte de Chascomus, guardia de Ranchos, guardia del Monte, fortín de Lobos, fortín de Navarro, guardia de Lujan, fortín de Areco, guardia del Salto, guardia de Rojas, fortín Mercedes, fortínMelincue, en Santa Fe.
Una novedad: en las expediciones punitivas en tierras indias, no habría carruajes de acompañamiento, ni ganado vacuno que acompañara a la tropa para su sustento; cada soldado debía llevar su provisión de yerba, tabaco y charque. Los blandengues imitarían al indio.

Yo no veo, en el primer plano del agreste paisaje, a la vera del rio rumoroso, más que un endurecido capitáncondenado al destierro, soportando con ira el inglorioso destino, al frente de sus recios soldados harapientos y sin blanca – atléticos gauchos o humildes negros valerosos – ninguno de los cuales sospecha que de aquel ingrato vigilar a los indios, eternamente agazapados tras los matorrales del desierto, iban a surgir, magníficos y anónimos, los héroes militares, preparados así en la mejor escuelapara las futuras luchas por la independencia de la patria.

El 7 de septiembre de 1760, el Rey aprobó la creación de tres Compañías para guarnecer los fuertes de El Salto, La Laguna brava y La Matanza. Estas tuvieron una precaria vida hasta que en 1799, el Virrey Vertíz, las reorganizó y les reglamentó su funcionamiento. 

Y dentro de los pobres ranchos que rodeaban la iglesia de la Virgen –único pretexto de idealismo en la prosaica ferocidad de la vida – unas pocas mujeres, magras depositarias de aquella pizca de finura, de aquel átomo de debilidad y delicadeza que no tiene substituto posible en ninguna agrupación humana, y constituye, después de todo, la fuerza social más grande en el refinamiento de los pueblos.

A mediados del siglo XVIII, bien entrada la primavera, una partida depuhenches mandada por el cacique Calelian bajó del Reino de Chile a la Villa de Lujan a trocar sus ponchos por yeguas. Estuvieron allí tres días. No levantaron sus toldos en las afueras del villorrio. Con la venia de los vecinos, lo hicieron en los huecos que había entre las pocas casas.
A los doce días de su retirada, esos mismos indios mataron, cautivaron y robaron a los estancieros del pago...