lulo
Un destripador de antaño
La leyenda del «destripador», asesino medio sabio y medio brujo, es muy
antigua en mi tierra. La oí en tiernos años, susurrada o salmodiada en
terroríficas estrofas, quizá al borde de mi cuna, por la vieja criada,
quizá en la cocina aldeana, en la tertulia de los gañanes, que la
comentaban con estremecimientos de temor o risotadas oscuras.Volvió a
aparecérseme, como fantasmagórica creación de Hoffmann, en las sombrías y
retorcidas callejuelas de un pueblo que hasta hace poco permaneció teñido
de colores medievales, lo mismo que si todavía hubiese peregrinos en el
mundo y resonase aún bajo las bóvedas de la catedral el himno de Ultreja.
Más tarde, el clamoreo de los periódicos, el pánico vil de la ignorante
multitud, hacen surgirde nuevo en mi fantasía el cuento, trágico y
ridículo como Quasimodo, jorobado con todas las jorobas que afean al ciego
Terror y a la Superstición infame. Voy a contarlo. Entrad conmigo
valerosamente en la zona de sombra del alma.
-I-
Un paisajista sería capaz de quedarse embelesado si viese aquel molino de
la aldea de Tornelos. Caído en la vertiente de una montañuela, dábale
alimentouna represa que formaba lindo estanque natural, festoneado de
canas y poas, puesto, como espejillo de mano sobre falda verde, encima del
terciopelo de un prado donde crecían áureos ranúnculos y en otoño abrían
sus corolas moradas y elegantes lirios. Al otro lado de la represa habían
trillado sendero el pie del hombre y el casco de los asnos que iban y
volvían cargados de sacas, a la venidacon maíz, trigo y centeno en grano,
al regreso, con harina oscura, blanca o amarillenta. ¡Y qué bien
«componía», coronando el rústico molino y la pobre casuca de los
molineros, el gran castaño de horizontales ramas y frondosa copa, cubierto
en verano de pálida y desmelenada flor; en octubre de picantes y
reventones erizos! ¡Cuán gallardo y majestuoso se perfilaba sobre la
azulada cresta delmonte, medio velado entre la cortina gris del humo que
salía, no por la chimenea -pues no la tenía la casa del molinero, ni aun
hoy la tienen muchas casas de aldeanos de Galicia-, sino por todas partes;
puertas, ventanas, resquicios del tejado y grietas de las desmanteladas
paredes!
El complemento del asunto -gentil, lleno de poesía, digno de que lo fijase
un artista genial en algún cuadroidílico- era una niña como de trece a
catorce años, que sacaba a pastar una vaca por aquellos ribazos siempre
tan floridos y frescos, hasta en el rigor del estío, cuando el ganado
languidece por falta de hierba. Minia encarnaba el tipo de la pastora:
armonizaba con el fondo. En la aldea la llamaba roxa, pero en sentido de
rubia, pues tenía el pelo del color del cerro que a veces hilaba, de unrubio pálido, lacio, que, a manera de vago reflejo lumínico, rodeaba la
carita, algo tostada por el sol, oval y descolorida, donde sólo brillaban
los ojos con un toque celeste, como el azul que a veces se entrevé al
través de las brumas del montañés celaje. Minia cubría sus carnes con un
refajo colorado, desteñido ya por el uso; recia camisa de estopa velaba su
seno, mal desarrollado aún;iba descalza, y el pelito lo llevaba
envedijado y revuelto y a veces mezclado -sin asomo de ofeliana
coquetería- con briznas de paja o tallos de los que segaba para la vaca en
los linderos de las heredades. Y así y todo, estaba bonita, bonita como un
ángel, o, por mejor decir, como la patrona del santuario próximo, con la
cual ofrecía -al decir de las gentes- singular parecido.
La célebrepatrona, objeto de fervorosa devoción para los aldeanos de
aquellos contornos, era un «cuerpo santo», traído de Roma por cierto
industrioso gallego, especie de Gil Blas, que, habiendo llegado, por
azares de la fortuna a servidor de un cardenal romano, no pidió otra
recompensa, al terminar, por muerte de su amo, diez años de buenos y
leales servicios, que la urna y efigie que adornaban el...
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