si en tan extraña compostura de ciertos abogados en audiencia pública no se encontrará la misteriosa intervención de un medium. Los aludidos, cuando no visten latoga, son verdaderamente personas correctas y discretas que conocen perfectamente y practican todas las reglas de la buena educación. Detenerse en ellos en la calle ahablar del tiempo que hace es un delicioso placer; saben que no está bien levantar la voz en la conversación, se abstienen de emplear palabras enfáticas para expresarcosas sencillas, guárdanse de interrumpir la frase del interlocutor y de infligir el tormento de largos periodos; y cuando entran en una tienda a comprar una corbata ose sientan a charlar en un salón, no se ponen a dar puñetazos sobre el mostrador ni a señalar con el índice dirigiendo la mirada contra la señora de la casa quesirve el té. Y, sin embargo, estas personas bien criadas, cuando informan, olvidan la urbanidad y el buen gusto. Con los cabellos desordenados y el rostro congestionadoemiten una voz alterada y gutural que parece amplificada por las arcanas concavidades de otro mundo; emplean gestos y vocabulario que no son suyos, y hasta cambian(también he podido observarlo) la pronunciación habitual de ciertas consonantes. ¿Es preciso, pues, creer que caen, como suele decirse, in trance y que a través de supersona inerte habla el espíritu de algún charlatán de plaza huido del infierno? Así debe ser; no se comprendería de otra manera cómo pueden suponer
Así ocurre en elproceso. Los abogados indagan la verdad de perfil, aguzando la mirada cada uno desde su lado: sólo el juez, que se sienta al centro, la mira tranquilamente de cara
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