manigga

Por fin llegó el tan ansiado momento de la cena, los mayordomos ponían la mesa mientras Leticia y yo hablábamos a la vez que tomábamos un pequeño aperitivo.
Cuando todo estuvo servido llamamos a las niñas repetidas veces hasta que a Leticia se le cruzaron los cables, como es habitual, y fue a buscarlas y a traerlas a rastras. A veces me pregunto si las malcriamos.
La cena fue, como siempre,exquisita.
Después de arropar a nuestras hijas en sus respectivas camas, nos dirigimos al salón a ver un rato la tele. Cuando nos aburrimos, subimos al dormitorio, y nos metimos en nuestra real cama.
-Buenas noches - Dijo en medio de un bostezo, lo cual me impidió comprenderla del todo bien, pero como supuse lo que me intentaba decir, respondí:
- Buenas noches -
Dicho esto, apagamos la luz y nosdispusimos a dormir.
Dormir era una cosa que me costaba hacer en los meses de Agosto como aquel, a pesar de que nuestra habitación contaba con lo último en ventiladores, ese día no era para menos.
Después de dar cientos de vueltas en la cama, decidí que iría a la cocina a beber y prepararme algo de comer.
No antes de tomarme un par de tostadas y unos cuantos tragos del resto del cava quetomamos en la cena, emprendí el largo camino de vuelta. En medio del mismo, me llamó la atención, como era de esperar, una sombra que no logré identificar, que justamente doblaba la esquina del largo pasillo en el cual me encontraba en ese momento.
Con un razonable miedo, cogí la espada que colgaba de la pared junto con un escudo, y, con la adrenalina por las nubes, seguí al hipotético ladrón,mayordomo, o lo que quiera que fuese.
Para mi sorpresa, al girar a la derecha en el punto en el que vi aquello, había un claro rastro de huellas producidas probablemente por el agua de unas botas al entrar en contacto con la moqueta. Las huellas conducían hacia una de las muchas habitaciones de invitados, la número trece.
Me asomé por la puerta, todo parecía en orden hasta que dirigí mi mirada haciael viejo armario empotrado que estaba justo en frente de la cama. La puerta estaba sospechosamente entreabierta.
Aquello empezaba a darme mal rollo, pero de todas formas, no había llegado hasta allí para quedarme quieto, sin hacer nada.
Con la punta de la espada y con sumo cuidado, estando en todo momento alerta, desplacé la puerta, cuyas bisagras se oyeron chirriar probablemente desde cualquierpunto del gran Palacio de la Zarzuela.
Cuando comprobé que no había nadie dentro, no sé si por mi somnolencia o por el cava, me entraron ganas de saber si aquel armario no sería, como había visto en no sé dónde, un portal a otro mundo, así que me metí, aparté los abrigos de piel que colgaban de las numerosas perchas que allí habían, y mi cara fue a golpearse con el fondo de aquel antiguo armario.Creo que fue entonces cuando el suelo se desvaneció y caí por lo que parecía un tobogán gigante hasta acabar sentado en una silla.
La televisión se encendió.
- Vamos a jugar a un juego. – Dijo, con una cómica y aguda voz.
Era el típico joven científico gordo de unos veintitrés años que se pasa todo el día pegado a un ordenador comiendo pizzas.
-No te asustes.
Yo, obviamente, me asuste. Yese susto fue a más cuando mis manos se ataron a la silla gracias a un complejo mecanismo. Acto siguiente noté un pinchazo en la espalda y noté como todo se empezaba a ver borroso y negro cada vez más y más.
Me desperté en una cama bastante incómoda, al lado de una mujer embarazada de unos 20 años, con unas grandes ojeras, la cual al ver que me levantaba, se alzó y me dio un beso en la mejilla.
-Buenos días.
- Eh… Esto… Buenos días. – Respondí un tanto confuso.
Tenía la piel más oscura de lo que la solía tener, y, al examinarme delante del espejo, pude comprobar que el cuerpo del hombre en el que me encontraba metido era de raza marroquí.
Asustado, me dirigí aquella mujer, que debía de ser mi esposa:
- ¿Qué tal has pasado la noche?
Un momento, eso no era lo que quería decir, en...