Manos, elsa bornemann

Páginas: 8 (1931 palabras) Publicado: 20 de marzo de 2012
Montones de veces —y a mi pedido— mi inolvi¬dable tío Tomás me contó esta historia "de miedo" cuando yo era chica y lo acompañaba a pescar ciertas noches de verano.
Me aseguraba que había sucedido en un pue¬blo de la provincia de Buenos Aires. En Pergamino o Junín o Santa Lucía... No recuerdo con exactitud este dato ni la fecha cuando ocurrió tal aconteci¬miento y —lamentablemente— hace años queél ya no está para aclararme las dudas. Lo que sí recuer¬do es que —de entre todos los que el tío solía narrarme mientras sostenía la caña sobre el río y yo me echaba a su lado, cara a las estrellas— este relato era uno de mis preferidos.
—¡Te pone los pelos de punta y —sin embargo— encantada de escucharlo! ¿Quién entiende a esta sobrina? —me decía el tío—. Ah, pero después no quiero quejas detu mamá, ¿eh? Te lo cuento otra vez a cambio de tu promesa...
Y entonces yo volvía a prometerle que guardaría el secreto, que mi madre no iba a enterarse de que él había vuelto a narrármelo, que iba a aguantarme sin llamarla si no podía dormir más tarde cuando —de regreso a casa— me fuera a la cama y a la soledad de mi cuarto.
Siempre cumplí con mis promesas. Por eso, esta historia de manos —comotantas otras que sospe¬cho eran inventadas por el tío o recordadas desde su propia infancia— me fue contada una y otra vez.
Y una y otra vez la conté yo misma —años des¬pués— a mis propios "sobrinhijos" así como —aho¬ra— me dispongo a contártela: como si —también— fueras mi sobrina o mi sobrino, mi hija o mi hijo y me pidieras:
—¡Dale, tía; dale, mami, un cuento "de miedo"!
Y bien. Aquí va:Martina, Camila y Oriana eran amigas amiguí¬simas.
No sólo concurrían a la misma escuela sino que —también— se encontraban fuera de los horarios de las clases. Unas veces, para preparar tareas escola¬res y otras, simplemente para estar juntas.
De otoño a primavera, las tres solían pasar algu¬nos fines de semana en la casa de campo que la familia de Martina tenía en las afueras de la ciudad.¡Cómo se divertían entonces! Tantos juegos al aire libre, paseos en bicicleta, cabalgatas, fogones al anochecer...
Aquel sábado de pleno invierno —por ejemplo—lo habían disfrutado por completo, y la alegría de las tres nenas se prolongaba —aún— durante la cena en el comedor de la casa de campo porque la abuela Odila les reservaba una sorpresa: antes de ir a dormir les iba a enseñar unos pasos dezapateo americano, al compás de viejos discos que había traído especialmente para esa ocasión.
Adorable la abuela de Martina. No aparentaba la edad que tenía. Siempre dinámica, coqueta, de buen humor, conversadora. Había sido una excelente bailarina de "tap"1. Las chicas lo sabían y por eso le habían insistido para que bailara con ellas.
—¿Por qué no lo dejan para mañana a la tardecita, ¿eh? Ya eshora de ir a descansar. Además, la abuela no paró un minuto en todo el día. Debe de estar agotada.
La mamá de Martina trató —en vano— de conven¬cerlas para que se fueran a dormir a las cuatro y no sólo a las niñas, porque la abuela tampoco estaba dispuesta a concluir aquella jornada sin la anunciada sesión de baile. Así fue como —al rato y mientras los padres, los perros y la gata se ubica¬ban enla sala de estar a manera de público— la abuela y las tres nenas se preparaban para la fun¬ción casera de zapateo americano.
Afuera, el viento parecía querer sumarse con su propia melodía: silbaba con intensidad entre los árboles.
Arriba —bien arriba— el cielo, con las estrellas escondidas tras espesos nubarrones.
La improvisada clase de baile se prolongó cerca de una hora. El tiempo suficientecomo para que Martina, Camila y Oriana aprendieran —entre risas— algunos pasos de "tap" y la abuela se quedara exhausta y muy acalorada.
Pronto, todos se retiraron a sus cuartos.
Alrededor de la casa, la noche, tan negra como el sombrero de copa que habían usado para la función.
Las tres nenas ya se habían acostado. Ocupaban el cuarto de huéspedes, como en cada oportuni¬dad que pasaban en...
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