Manual de Perdedores Juan Sasturain
Este libro es para mis viejos
que, saludablemente,n
no me enseñaron a ganar.
Y también para
Diego y Catuto,
porque los quiero
mucho.
Prólogo
La historia del gallego
Podría comenzar este relato diciendo que uno no puede jubilarse de lo que ama. Ya sea una mujer que
nos hipotecó la adolescencia, un líder que nos ganó la vida o una camiseta con el color de la victoria. O
mejor: nadie puede jubilarse de los sueños sin enloquecer.
Otra manera de empezar sería una prestigiosa tarde de otoño en Parque Lezama. Cielo limpio, hojitas
que hacen ruido en los senderos, parejas. Yo andaba allá arriba, entre las mesas de ajedrez junto a la
barranca que da a la avenida, cuando alguien me codeó, me confundió sin duda:
Oiga, ¿no viene a escucharlo a Tony? Me di vuelta. El pelado me señalaba el grupo, la gente reunida.
Claro que sí mentí de apuro. Ya voy.
Así, esa tarde asistí a la tertulia delirante alrededor de Antonio "Tony" García, un mozo gallego y
jubilado que a falta de treinta centímetros más de estatura y algunos pesos en el flaco bolsillo tenía un
bien infinito: era dueño de una historia.
Y no la de cualquier taño o gallego que empieza en la panza de un buque, sigue en un conventillo o con
una guerra entre hermanos que nuestros hijos ya no conocen. No; este García de poca carne y ojitos
vivaces bajo la boina que le bailaba en el cráneo semipelado tenía una historia diferente y cada tarde
montaba el espectáculo de su vida ante un auditorio escéptico o respetuoso, siempre pendiente.
Lo que contaba ocupaba meses apenas de su vida. Acaso un año. Sin embargo, todo giraba alrededor
de ese punto: el informe pasado de veinte años de bandeja, el presente que sólo servía para revivir los
momentos en que la vida fue lo que debía ser por una vez.
Muchos atardeceres de aquel otoño me entreveré entre los oyentes de Tony. Y alguna vez estuve en su
pieza de hotel en Tacuarí al 900 y apuramos la manzanilla, comimos salamín sacado de un cajón
forrado en hule amarillo, revolví fotos con él. Nunca le dije que pensaba escribir su historia. Tuve miedo
de que el gallego se desbandara, inventara algo más de lo habitual, rellenara con la imaginación los
agujeros de la memoria.
En aquellos encuentros tuve también las imágenes del verdadero protagonista, ese Etchenaik que
apenas conocí, como todos: una ráfaga que pasó por los diarios de fines de los setenta, una noticia que
derivaba de sección en sección sin encajar en ninguna. Alguna vez en Policiales, otra en Información
General, la definitiva en una nota de personajes insólitos y después la oscuridad, el olvido junto a sátiros de poca monta o las andanzas de los Falcon color mar turbio.
Tony no pasó aquel invierno y en la misma camita arrugada de la pensión se fue de largo en un sueño
en el que todo volvía a ser lo que había sido.
Me acuerdo que no llevé ninguna de las livianas manijas pero pude influir entre los dispersos y lejanos
parientes para que el nombre grabado en el mármol no fuera el de Antonio Benigno Manuel García,
como decía la ajada cédula que encontramos en la misma valija de las fotos, los recortes y el revólver
oxidado. En un rincón de la Chacarita donde puedo llevarlo cualquier tarde de éstas hay un lugarcito
que dice: Tony García (19091980) y creo que él está contento así.
Con los recuerdos de Tony, algunas crónicas burlonas y el testimonio de Willy Rafetto y Julio Robledo,
que todavía andan en el extraño gremio que eligieron Etchenaik y el gallego, pude armar el relato que
describe algunos meses quemados como yesca; el resplandor de un fósforo contra la oscuridad de los
años.
Pero no es todo.
Ella no me deja mentir
Cuando en octubre de 1985 publiqué la primera ...
Regístrate para leer el documento completo.