Manuscrito Hallado En Una Botella

MANUSCRITO HALLADO EN UNA BOTELLA

LA ATENAS DEL PLATA
Cada vez que escuchaba un eco de lejanos clarines de victoria, traído por las rachas polvorientas del Norte, y lanzaba a vuelo las campanas de las torres monásticas; o cuando, en la penumbra fresca de salones y patios silenciosos, lamía la herida de alguna humillación a manos de godos o montoneros; o cuando, simplemente, se veía a sí mismatan lejana y sola en ese confín austral, cercada por las llanuras inmensas de la pampa a sus espaldas y del Mar Dulce y el Océano al frente, la ciudad buscaba su verdadero nombre, que no era el de la advocación marinera, implorante de buenos aires para regresar a España desertando de la conquista, ni el de la plata epónima y esquiva, ni siquiera el del altísimo patronato trinitario que habíaolvidado muy pronto.
Y ensimismada en esa reflexión, la ciudad encontró, al cabo de dos siglos, un nombre que simbolizaba su proyecto y que, al impulso de la ambición, transfiguraba en un futuro de mármoles luminosos su realidad de ranchos trémulos.
Un nombre que, entre la imaginaria profusión neoclásica de columnas corintias, frontis dorados por el sol que caía tras la pampa y sonoros clarines dela Fama, proclamaría para siempre a los mortales que allí, sobre la barranca del río inmóvil, se elevaba la Atenas del Plata.

La feliz intuición de ese nombre daba sentido a la experiencia civilizatoria de la ciudad del Sur.
De su pasado mítico quedaba una memoria de sacrificios humanos en un laberinto de estacas y barro. Más acá, la ciudad había sabido derrotar a unos bárbaros en susTermópilas de pólvora y aceite, y sabría vencer a otros en Plateas del Norte, Maratones andinas y Salaminas fluviales.
La ciudad era sobre todo un puerto, y ese puerto era su poder y su riqueza. El destino tenía que conducirla a establecer su imperio sobre los pastores bucólicos de la Beocia interior, a gobernar los ríos que se internaban en la tierra. Más al norte no había sino barbarie, y al sur sóloun desierto.
Y la civilización porteña debía culminar en un florecimiento inaudito de las artes y las letras, en un nuevo ideal de humanidad regido por la idea de libertad que el énfasis del anapesto griego repetía tres veces en el himno.

Un siglo después, la ciudad contemplaba, en los fastos del centenario, el cumplimiento de aquel oráculo.
Había impuesto un pacto anfictiónico a las poleisprovinciales. Los ferrocarriles traían al puerto las riquezas que la ciudad convertía en florecimiento de frontispicios clásicos y capiteles de los tres órdenes helénicos sobre las pilastras y columnas de templos, teatros y palacios, entre las anchas avenidas bordeadas de plátanos.
Había asistido, en ágoras agitadas, al choque entre la antigua religión y los sofistas del laicismo positivista. Deallí surgió un espiritualismo humanista sobre el que se construyó una paideia que la escuela inculcaba a los jóvenes.
Tenía poetas. Tenía una epopeya nacional y un héroe legendario que encarnaba el tipo humano en que podía reconocerse, con su parte de Aquiles y su parte de Odiseo. Tenía artistas que labraban sus bronces y sus mármoles, calcando una y otra vez el canon griego en los pliegues delas túnicas, en los perfiles alegóricos y en la ondulación corporal de las nereidas. Tenía pintores y médicos ilustres. Tenía, como Atenas, muchos oradores y algún estadista.
Había conquistado los desiertos del sur y fijado sus límites sobre nieves, punas, selvas y ríos. Entonces había aprendido que detrás de los Andes había una Esparta aguerrida y al Norte una Macedonia con vocación de Imperio,que ambas poseían una incoercible voluntad de ser, fortalecida en empresas guerreras, y que eran capaces de imponerle esa voluntad por la razón o por la fuerza.
Pero esos desafíos eran remotos. La ciudad atendía, en cambio, al inédito fenómeno que agolpaba a sus puertas millones de inmigrantes. La multitud de metecos amenazaba su identidad y le imponía el deber de integrarlos, a riesgo de...