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EDICIONES KIWI, 2014
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Editado por Ediciones Kiwi S.L.
© 2014 Victoria Vílchez
© de la cubierta: Borja Puig
© de la fotografía de cubierta: Thinkstockphoto
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Dedicatoria
A mis lectores, gracias por vuestro apoyo y por darme alas para seguir
soñando.
Y a Laly, mi hermana. No dejes nunca de sonreír.
1
—¿Y tú quiéndemonios eres?
No es que fuera la mejor frase para recibir a una nueva compañera de
piso, pero el tío que me había abierto la puerta parecía no pensar lo mismo.
Debía rondar los veintidós años. El pelo moreno, que llevaba alborotado
por completo, le caía sobre la cara. Su expresión somnolienta indicaba que
se acaba de despertar, lo que explicaba al menos en parte su nada acogedor
recibimiento. Ylo peor de todo es que lo único que llevaba puesto eran
unos bóxer negros que se ajustaban a la perfección a su cuerpo y dejaban
muy poco espacio a la imaginación.
¡Estaba buenísimo!
Los músculos del abdomen se le marcaban con tanta precisión que
parecían haber sido cincelados por un diestro escultor a partir de un bloque
de mármol. Sobre la cadera izquierda lucía tatuado un pequeño dragóncon
la boca abierta y una llamarada roja brotando de ella. El dibujo onduló
junto con su piel dorada cuando cambió el peso de una pierna a otra en
actitud impaciente.
Enarqué las cejas, reprochándole su falta de educación, y a sus labios
asomó una sonrisa de suficiencia. De forma automática lo incluí en la
categoría de buenorro perdonavidas.
Siempre había tenido la manía de clasificarlotodo, incluso a las
personas. Mi madre decía que catalogar lo que me rodea no me dejaba
avanzar, porque la vida jugaba según sus propias reglas y sus propios
planes. Pero yo seguía ateniéndome a mis particulares principios e
intentando obligar a la vida a ser como yo creía que debía ser. He de decir
que casi nunca me funcionaba.
El perdonavidas me dio la espalda y me dejó allí plantada. Habíaque
reconocerle que su retaguardia era igual de impresionante. Torcí la cabeza
para ver cómo se marchaba por el pasillo hasta que una chica rubia y con el
pelo rizado ocupó su lugar. Sus ojos, grandes y de color avellana,
resaltaban sobre unas débiles ojeras.
—Lucía —se presentó, y me dio dos besos—. Tú debes de ser Rebecca.
No hagas caso de Jota.
—Puedes llamarme Becca.
Asintió y me invitóa pasar. La seguí al interior del piso. El salón,
bastante amplio y con dos grandes ventanales por los que entraba el sol del
mediodía, tenía el aspecto de haber sido arrasado por un batallón de orcos.
Había vasos con líquidos de diferentes colores sobre todas y cada una de
las superficies horizontales, incluido el suelo, una mesa repleta de los
restos de una comida improvisada y sillasapiladas unas sobre otras. El aire
olía a una mezcla de humo, sudor y alcohol. Y en el sofá otro chico
dormitaba con los brazos sobre la cara.
Clara, mi mejor amiga, había sugerido que compartir piso con su prima
era una buena idea. Me había dejado convencer porque no conocía a nadie
en Madrid, y al menos así podría contar con algo de ayuda para
acostumbrarme a una ciudad que me era del todoextraña y en la que jamás
había puesto un pie hasta ahora.
—¿Habéis adelantado mi fiesta de bienvenida? —me burlé, tras echar un
vistazo rápido a mi alrededor.
—Perdona el desorden —se disculpó, frotándose los ojos con insistencia
—. Clara me había dicho que llegabas mañana.
—No te preocupes, al menos se ha acordado de decirte que venía.
Mi amiga Clara era la persona más despistada que...
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