Maria

Páginas: 25 (6108 palabras) Publicado: 23 de septiembre de 2013
La caída de la noche no interrumpió mis observaciones, que efectué solitariamente por haber regresado Conseil a su camarote. El Nautilus, a marcha reducida, revoloteaba por encima de las confusas masas del suelo, ya rozándolas cas como si hubiera querido posarse en ellas, ya remontándose caprichosamente a la superficie. Cuando esto hacía podía yo ver algunas vivas constelaciones a través delcristal de la aguas, y más precisamente cinco o seis de esas estrellas zodiacales que siguen a la cola de Orión.
Permanecí durante un buen rato aún tras el cristal admirando la belleza del mar y del cielo, hasta que los paneles metálicos taparon el cristal. En aquel momento, el Nautilus había llegado al borde de la alta muralla. Cómo iba a poder maniobrar allí era algo que yo ignoraba. Volví a micamarote. El Nautilus se había inmovilizado. Me dormí con la intención de levantarme muy de madrugada.
Pero eran las ocho de la mañana cuando, al día siguiente, volví al salón. La consulta al manómetro me indicó que el Nautilus flotaba en la superficie. Oí además el paso de alguien sobre la plataforma. Sin embargo, ni el más mínimo balanceo denunciaba la ondulación del agua de la superficie.
Subía la plataforma -la escotilla estaba abierta-, y en vez de la luz diurna que esperaba encontrar me vi rodeado de una profunda oscuridad. ¿Dónde estábamos? ¿Me había equivocado y era aún de noche? No. Ni una sola estrella brillaba en el firmamento, y nunca la noche está envuelta en tinieblas tan absolutas. No sabía qué pensar, cuando oí decir:
-¿Es usted, señor profesor?
-¡Ah! Capitán Nemo,¿dónde estamos?
-Bajo tierra, señor profesor.
-¿Bajo tierra? ¿Y el Nautilus está a flote?
-Sí, continúa flotando.
-No comprendo.
-Espere unos instantes. Se va a encender el fanal, y si le gustan las situaciones claras va a verse satisfecho.
En pie sobre la plataforma, esperé. La oscuridad era tan completa que no podía ver tan siquiera al capitán Nemo. Sin embargo, al mirar al cenit, exactamente porencima de mi cabeza, distinguí un resplandor indeciso, una especie de claridad difusa que surgía de un agujero circular. Pero en aquel momento, se encendió súbitamente el fanal y su viva luz eclipsó la vaga claridad que acababa de atisbar.
Tras haber cerrado un instante los ojos, deslumbrados por la luz eléctrica, miré en torno mío. El Nautilus estaba inmovilizado cerca de una orilla dispuestacomo el malecón de un muelle. El mar en que flotaba era un lago aprisionado en un circo de murallas que medía dos millas de diámetro, o sea, unas seis millas de contorno. Su nivel -así lo indicaba el manómetro -no podía ser otro que el exterior, pues necesariamente había una comunicación entre ese lago y el mar. Las altas murallas, inclinadas sobre su base, se redondeaban en forma de bóvedafigurando un inmenso embudo invertido cuya altura era de unos quinientos o seiscientos metros. En lo alto se abría un orificio circular, por el que había atisbado yo esa vaga claridad, evidentemente debida a la luz diurna.
Antes de examinar más atentamente la disposición interior de esa enorme caverna, antes de preguntarme si aquello era una obra de la naturaleza o del hombre, me dirigí hacia el capitánNemo.
-¿Dónde estamos? -le pregunté.
-En el centro de un volcán apagado, un volcán cuyo interior ha sido invadido por el mar tras alguna convulsión del suelo. Mientras dormía usted, señor profesor, el Nautilus ha penetrado en esta laguna por un canal natural abierto a diez metros por debajo de la superficie del océano. Éste es un puerto de base, un puerto seguro, cómodo, secreto, abrigado detodos los vientos. Dígame dónde, en sus continentes o en sus islas, puede hallarse una rada como este refugio protegido del furor de los huracanes.
-En efecto -respondí-, aquí se halla usted en total seguridad, capitán Nemo. ¿Quién podría alcanzarle en el centro de un volcán? Pero creo haber visto una abertura en su cima, ¿no? -Sí, su cráter, un cráter lleno en otro tiempo de lavas, de vapores...
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