mariela
Allá lejos, sobre verde colina a quien bañan por el Norte el Océano y por Levante una tortuosa ría, está Ficóbriga, villa que no ha de buscarse en la Geografía sino en el mapa moral de España, donde yo la he visto.
Marchemos hacia ella, que el claro día y la pureza del aromoso ambiente convidan al viaje. Estamos en Junio, mes encantador en esta comarca costera cuando ladeja de sus terribles manos destructoras el huracán. Hasta el mar, el displicente y sañudo Cantábrico está hoy tranquilo. Permite a las naves correr sin miedo por su quieta superficie, se arroja adormecido sobre las playas, y en lo profundo de las grutas, en las ensenadas, en los acantilados y en los arrecifes sus mil lenguas de espuma modulan palabras de paz.
Las suaves colinas verdes vanascendiendo desde el mar hasta las montañas, subiéndose unas sobre otras, cual si apostaran a quién llega primero arriba. En toda la extensión del paisaje se ven casitas rústicas de peregrina forma esparcidas por el suelo; mas en un punto los desparramados edificios se convocan, se reúnen, se abrigan unos contra otros, formando el nobilísimo conjunto urbano que los siglos llamaron Ficóbriga. Elévase enel centro la torre, no acabada, semejante a una cabeza sin sombrero; pero tiene en su campanario dos ojos vigilantes, y allí dentro tres lenguas de metal que llaman a misa por la mañana y rezan la oración al anochecer.
En torno al pueblo (pues estamos cerca y podemos verlo), lozanas mieses y praderas muy lindas anuncian cierto esmero agrícola. Silvestres zarzas cercan una y otra heredad ymadreselvas llenas de aromáticas manos blancas, árgomas espinosas, enormes pandillas de helechos que se abaniquean a sí mismos, algunos pinos de verde copa y muchas higueras, a quienes sin duda debe su nombre Ficóbriga.
¡Hermoso espectáculo ofrecen desde aquí las montañas, inmensa escalera que conduce a los cielos! Las más lejanas confunden sus vagas tintas con las nubes; en las más próximas se venmanchas rojas, semejantes a sangrientas heridas, y lo son realmente, hechas por el escalpelo minero que uno y otro día destroza la musculatura de aquellos gigantes. Atropellándose suben hacia Poniente, y la luz simula en las remotas cumbres extrañas cresterías, protuberancias, torres, grietas, excrecencias, lobanillos, hasta que las nubes envuelven en blancos velos la deforme arquitectura.
Después deatravesar un puente de madera, que sumerge en el salobre fango sus podridos pilotes, subimos una cuesta (casi estamos ya en Ficóbriga), desde la cual se ve la ría, dando vueltas como si no supiera a dónde va, ni dónde está el mar que la espera, metiéndose en todos los charcos de las marismas cuando hay marea, y huyendo de ellos aprisa desde que empieza la baja. Escaso número de buques navega ensus pobres aguas, y sabe Dios el trabajo que les cuesta dar dos pasos dentro de aquella angosta callejuela, cuando se duerme el viento y la corriente empuja hacia la peligrosa barra.
Las primeras casas (por fin llegamos, señores) son miserables; las segundas también. Es Ficóbriga una villa de marineros y labradores pobres. Algunos indianos ricos duermen sobre sus lauros comerciales en media docenade viviendas pulcras y cómodas. ¡Qué calles, Santo Dios! Las pobres casas, estrechas y sucias, no se caen al suelo por no dar qué decir, y de sus indescriptibles balcones penden redes, vestidos azules, húmedos capotes y mil suertes de descoloridos harapos, así como de sus caducos aleros cuelgan panojas en racimos, pulpos puestos a secar y ristras de cebollas.
Pasamos por delante del Consistorioque está en el fondo de la plaza, enfáticamente convencido de que es digno de ser visto; pasamos cerca de la Abadía, huraña vieja que se esconde entre casuchas tan viejas como ella, formando el más deplorable corrillo arquitectónico; y después de dar vuelta a la villa, volvemos al extremo de ella sobre la ría, por donde entramos. En dicho sitio hay una plazoleta, sombreada por dos acacias y un...
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