Mario Vargas Llosa
Huellas de Gauguin
MARIO VARGAS LLOSA
© Mario Vargas Llosa, 2002. © Derechos mundiales de prensa en todas las
lenguas reservados a Diario El País, SL, 2002.
Las Marquesas son las islas más isleñas del mundo, es decir, las más alejadas de
un continente entre todas las que flotan por los mares del mundo. Para llegar aHiva Oa hay que volar primero a Tahití (24 horas desde Europa y 12 desde
América), y luego, en Papeete, subirse a un avioncito que zangolotea cerca de
cuatro horas entre nubes tormentosas y por fin, luego de una escala en Niku
Hiva, aterriza en Atuona. El espectáculo es soberbio: laderas y picos enhiestos
cargados de verdura que se mojan los pies en un mar bravío, de grandes olas
espumosas, que,se diría, arremete contra Hiva Oa con toda la intención de
deshacerla.
Atuona, la capital de la isla, es todavía más pequeñita que en tiempos de
Gauguin. Ahora tiene menos de un millar de habitantes y, en 1901, cuando él
desembarcó, tenía doscientos más. Sigue siendo una sola callecita que arranca de
la Bahía de los Traidores y va a morir, mil metros después, en las faldas del
orgullosoMonte Temétiu. Si, para seguir la peripecia de Gauguin en sus años de
Tahití hay que ayudarse mucho con la imaginación -Papeete y Punaauia son hoy
modernas, prósperas y están atiborradas de turistas-, en Atuona, en cambio, las
huellas de los dos últimos años de su vida que pasó aquí, aparecen por todas
partes. El paisaje, desde luego, apenas ha cambiado. El pueblo, aunque luce
algunas casasflamantes y han desaparecido muchas de las viejas construcciones,
sigue siendo el pequeño asentamiento humano medio devorado por la naturaleza que
parece haberse desgajado del tiempo y los trajines del mundo moderno. En Atuona,
no los relojes sino los cantos de los gallos despiertan a los seres humanos y la
vida transcurre aún en cámara lenta, en un letargo tibio y feliz.
El señor Mataiki, quedio pensión a Gauguin en sus primeras semanas marquesinas,
está enterrado en el cementerio de Make Make, no lejos de su tumba, y sus
descendientes se dedican todavía al comercio, como aquél. Un bisnieto de
monsieur Frébault, testigo de su defunción, es el presidente de la Sociedad
Amigos de Gauguin, y me sirve de cicerone. Es un marquesino atlético, con el
cuerpo empastelado de esos finostatuajes que son desde tiempos inmemoriales el
orgullo de la isla, y que fueron uno de los incentivos que trajeron aquí a
Gauguin. Pero, ay, él casi no pudo ver esos delicados tatuajes, por el estado
calamitoso de sus ojos -la sífilis, además de llagarle las piernas, dañarle el
corazón y el cerebro, empobreció atrozmente su vista en sus años finales- y
porque el implacable obispo Martin, suenemigo mortal, empeñado en
occidentalizar a kanakas y maoríes, los había prohibido. Ahora, los huesos de
monseñor Martin y los de Koke (así lo bautizaron los indígenas) reposan a pocos
metros de distancia, en las alturas de Atuona, frente al ancho mar de los barcos
balleneros, que venían a secuestrar indígenas para incorporarlos a la
tripulación, y los temibles tsunamis que varias vecesdestruyeron Atuona en el
siglo diecinueve.
No quedan rastros de Ben Varney, el almacenero de entonces, íntimo amigo de
Gauguin, que tal vez regresó a morir en su tierra, los Estados Unidos, pero sí
se conserva, casi intacto, el almacén, una construcción de dos pisos, con
baranda de madera y techo de calamina, donde Koke venía a comprar lo poco que
comía y lo mucho que bebía, ajenjo para él y susamigos, y ron para los
indígenas, a quienes monseñor Martin había prohibido el alcohol. Gauguin luchó
contra esa prohibición, manteniendo en la puerta de su casa -La Maison de Jouir-
un pequeño tonel de ron del que podían venir a beber, libremente, todos los
nativos de la isla.
Su entrañable amigo y vecino Tioka, con quien hizo intercambio de nombres
-ceremonia marquesina de hermanazgo y...
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