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Eran las tres de la madrugada del martes 26 de julio de 2005, apenas una hora después de que la pequeña saliera del vientre de su madre.
Mariona había nacido dossemanas antes de lo previsto. El parto fue provocado en una revisión rutinaria de Mónica, su madre, pues apenas se detectaba el latido de la pequeña. Esa revisión rutinaria le salvó la vida. Unos días más en el vientre y mi hija no estaría hoy viva.
El 25 de julio yo debía partir hacia Japón en un viaje que duraría cinco días, con margen suficiente para regresar dos semanas antes del nacimientoprevisto. Pero los acontecimientos lo impidieron.
Recuerdo que escribí un e-mail a Naomí Saito, mi editora en Japón. Le informaré de que, como era obvio, al estar nuestra hija gravemente enferma en la Unidad de Cuidados Intensivos, debía cancelar la presentación de Los siete poderes en el país nipón que con tanto cariño y entusiasmo había acogido a La Buena Suerte.
Estuvimos cerca de cuatrosemanas en el hospital, las dos primeras con Mariona conectada a numerosas máquinas que la asistían para vivir, que drenaba el agua de su cuerpo, que la alimentaban, la ayudaban a respirar y a controlar los latidos de su corazón.
Vi el sufrimiento de otros padres con sus recién nacidos debatiéndose entre la vida y la muerte.
Recuerdo el ritual de ver a nuestros hijos cada tres horas de día y denoche. También recuerdo que nos lavábamos manos y brazos con esmero y nos poníamos el gorro, el mono y los protectores de los zapatos de un color verde que tengo grabado en la memoria. El olor de ese espacio, las enfermeras que cuidaban a los pequeños, los médicos y sus visitas, el pitido de las máquinas…
Pero sobre todo recuerdo aquellos pequeños cuerpos, frágiles y preciosos, debatiéndose entrela vida y la muerte. Y aún hoy muy a menudo me pregunto qué habrá sido de las vidas de esos bebés y de sus padres. Y también a menudo rezo por su alegría, por su salud, porque hayan salido adelante con fuerza y amor.
Tras dos semanas críticas la salud de Marino dio un giro repentino y comenzó a recuperarse a ojos vista. La tercera semana la pasamos ya fuera de la UCI, en una sala próxima bajoel amable y atento cuidado de aquel extraordinario equipo de profesionales de San Juan de Dios, para quienes siempre me faltarán palabras de gratitud y reconocimiento.
Ese tiempo, desde el 26 de julio hasta finales del mes de agosto, mi vida se limitó a una suma de viajes de ida y vuelta entre el hospital y la casa de mi cuñada, Ana Tarrés, que generosamente nos brindó su hogar y adónde íbamos arecuperar fuerzas en apenas unas horas de sueño para volver al lado de nuestra hija.
Cuando Mariona recibió el alta, regresamos por fin a casa. Recuerdo que abría mi ordenador después de un mes apagado y entraron centenares de correos electrónicos, que fui repasando en una lectura rápida hasta que me detuve en uno de ellos que me llamó la atención.
Provenía de Japón. Lo firmaba Naomi Saito, dela extraordinaria editorial Popular, promotora del éxito de La Buena Suerte en ese país. En él la editora adjuntaba centenares de muestras de apoyo por la salud de Mariona recogidas en Japón tanto entre profesionales de la editorial como de lectores y amigos.
Aquellas palabras en japonés, inglés y también en castellano eran muestras de apoyo, oraciones, palabras de aliento para la prontarecuperación de nuestra hija. Tardamos días en completar la lectura de ese correo. No sólo por la cantidad de textos recogidos por Naomi y su equipo, sino porque la emoción nos impedía avanzar en la lectura.
Pocos días después llamaron a la puerta de casa. Mariona evolucionaba bien y, a pesar de algún susto, iba ganando peso y se veía cada día mejor.
Cuando abrí la puerta, un mensajero me entregó una...
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