Martín Rivas

Páginas: 533 (133174 palabras) Publicado: 10 de noviembre de 2015

Martín Rivas
I
Alberto Blest Gana

A principios del mes de julio de 1850 atravesaba la puerta de calle de una hermosa casa de Santiago un joven de veintidós a veintitrés años.
Su traje y sus maneras estaban muy distantes de asemejarse a las maneras y al traje de nuestros elegantes de la capital. Todo en aquel joven revelaba al provinciano que viene por primera vez a Santiago. Sus pantalonesnegros, embotinados por medio de anchas trabillas de becerro, a la usanza de los años de 1842 y 43; su levita de mangas cortas y angostas; su chaleco de raso negro con largos picos abiertos, formando un ángulo agudo, cuya bisectriz era la línea que marca la tapa del pantalón; su sombrero de extraña forma y sus botines abrochados sobre los tobillos por medio de cordones negros componían un traje querecordaba antiguas modas, que sólo los provincianos hacen ver de tiempo en tiempo, por las calles de la capital.
El modo como aquel joven se acercó a un criado que se balanceaba, mirándole, apoyado en el umbral de una puerta que daba al primer patio, manifestaba también la timidez del que penetra en un lugar desconocido y recela de la acogida que le espera.
Cuando el provinciano se halló bastantecerca del criado, que continuaba observándole, se detuvo e hizo un saludo, al que el otro contestó con aire protector, inspirado tal vez por la triste catadura del joven.
—¿Será ésta la casa del señor don Dámaso Encina? —preguntó éste con voz en la que parecía reprimirse apenas el disgusto que aquel saludo insolente pareció causarle.
—Aquí es —contestó el criado.
—¿Podría usted decirle que uncaballero desea hablar con él?
A la palabra caballero, el criado pareció rechazar una sonrisa burlona que se dibujaba en sus labios.
—¿Y cómo se llama usted? —preguntó con voz seca.
—Martín Rivas —contestó el provinciano, tratando de dominar su impaciencia, que no dejó por esto de reflejarse en sus ojos.
—Espérese, pues —díjole el criado; y entró con paso lento a las habitaciones del interior.
Dabanen ese instante las doce del día.
Nosotros aprovechamos la ausencia del criado para dar a conocer más ampliamente al que acababa de decir llamarse Martín Rivas.
Era un joven de regular estatura y bien proporcionadas formas. Sus ojos negros, sin ser grandes, llamaban la atención por el aire de melancolía que comunicaban a su rostro. Eran dos ojos de mirar apagado y pensativo, sombreados por grandesojeras que guardaban armonía con la palidez de las mejillas. Un pequeño bigote negro, que cubría el labio superior y la línea un poco saliente del inferior, le daba el aspecto de la resolución, aspecto que contribuía a aumentar lo erguido de la cabeza, cubierta por una abundante cabellera color castaño, a juzgar por lo que se dejaba ver bajo el ala del sombrero. El conjunto de su persona teníacierto aire de distinción que contrastaba con la pobreza del traje y hacía ver que aquel joven, estando vestido con elegancia, podía pasar por un buen mozo a los ojos de los que no hacen consistir únicamente la belleza física en lo rosado de la tez y regularidad perfecta de las facciones.
Martín se había quedado en el mismo lugar en que se detuvo para hablar con el criado, y dejó pasar dos minutossin moverse, contemplando las paredes del patio pintadas al óleo y las ventanas que ostentaban sus molduras doradas a través de las vidrieras. Mas luego, pareció impacientarse con la tardanza del que esperaba, y sus ojos vagaron de un lugar a otro sin fijarse en nada.
Por fin, se abrió una puerta y apareció el mismo criado con quien Martín acababa de hablar.
—Que pase para adentro —dijo al joven.Martín siguió al criado hasta una puerta, en la que éste se detuvo.
—Aquí está el patrón —dijo, señalándole la puerta.
El joven pasó el umbral y se encontró con un hombre que, por su aspecto, parecía hallarse, según la significativa expresión francesa, entre dos edades. Es decir, que rayaba en la vejez sin haber entrado aún en ella. Su traje negro, su cuello bien almidonado, el lustre de sus botas...
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