Martin Fierro

Páginas: 262 (65462 palabras) Publicado: 25 de septiembre de 2014
SOBREVIVIENTES

FERNANDO
MONACELLI

A mi madre,

sobreviviente y balsa.

Capítulo 1
Una ola polar entumece Buenos Aires, desde
hace dos meses, señora. La llaman la invasión
antártica. Una corriente de aire helado que cruzó
el canal de Beagle, la Patagonia, la provincia de
Buenos Aires y vino a cortar en dos la calle
Corrientes. Un frío récord, cinco grados bajo
cero. Nadiehabla de otra cosa. A mí, en cambio,
no me afecta. Hasta me parece reparador ver a
todos cubiertos hasta los ojos, aislados en sus
abrigos e insultando. En mi caso, la ola polar
había llegado cinco años antes, cuando Joaquín
me dijo que se iría del país y que una vez que se
asentara volvería a buscarnos. Aquella tarde
llegué del diario, vi su valija en el living y a él
jugando con Tomás. ¿Tevas a algún lado?, le
pregunté, y entonces me lo dijo. Quedé muda un
instante, hasta que le grité si se había vuelto loco,
pero no me contestó. Alzó a Tomás, le dio un
beso, me lo pasó, levantó la valija y nos

abandonó. Me sentí hundida, cayendo a la
profundidad de una oscuridad helada. Por las
noches temblaba de miedo y apretaba a Tomás
para recibir un poco de su calor, pero al ratotemía que el frío que me atravesaba en la cama
terminara por enfermarlo. Lo pasaba a la suya y
volvía a acostarme, con las piernas apretadas
contra el pecho, sin poder pegar un ojo hasta la
madrugada. A la mañana, todo estaba igual, la
misma visión desolada, la sensación de haber
dormido a la intemperie, el cuerpo agarrotado de
cansancio y aunque lograba levantarme, llevar a
Tomás a lo desu abuela y llegar hasta el diario,
no podía dejar de verme en esa posición. Le digo,
señora, que durante más de un año me sentí como
un náufrago a punto de morir congelado; el resto
de los seres humanos eran puntos inaccesibles en
el horizonte. Podía verlos, desdibujados, muy
lejos, como espejismos, pero ellos no me
advertían ni yo era capaz de alcanzarlos. Tuve que
borrarlos de mirealidad para no tener falsas
esperanzas. Pronto fueron desapareciendo,

incluso Tomás. Lo dejé con la madre de Joaquín
con la excusa de que no podía criarlo por el
trabajo. Me aterraba que estuviera conmigo;
quedé sola, a la deriva, esperando el final, que no
llegó, sino que mi vida entró en un estado de
suspensión, una hibernación de nada, hasta que,
incluso, dejé de padecer el frío. Y eso senotó.
En el diario, señora, me decían que era una
cuestión de física: mi temperatura siempre
estaba por debajo de la del aire. Los mandaba al
carajo. No les importaba. A mí tampoco me
importaban ellos, ni nada, así que muy pronto me
hice una muy buena periodista.
El día que le digo, señora, llegué a El Federal
cerca de las once. Los porteros me avisaron que
me esperaba una mujer. Losmaldije por no
haberla ahuyentado. Nunca hablo con nadie antes
de tomar medio litro de café y fumar cinco o seis
cigarrillos. Me dijeron que había llegado a las
nueve, que le habían dicho que yo me demoraría
mucho; ella respondió que esperaría y se sentó

en mi camino, en una silla entre los ascensores y
yo. Era mayor, llevaba un abrigo bastante gastado
y tenía el gesto de no haber dormidoen meses.
Sobre sus piernas sostenía una bolsa de
supermercado y una cartera muy percudida.
Decidí que tal vez fuera posible pasarla de largo
mirando el suelo, escabullirme hasta el tercer
piso, a mi escritorio. Bajé la vista y me lancé por
delante de ella, pero antes de que se abrieran las
puertas del ascensor la mujer se había parado.
¿Señorita Figueroa? Estaba segura de que losporteros le habían hecho una seña para advertirle
que yo era yo. Los insulté en voz baja, puse cara
de amabilidad distante, me di vuelta y respondí
¿sí?, pensando en que oyera lo que oyera lo
próximo sería anunciarle a esa mujer que estaba a
punto de entrar en una reunión y que recién
podría atenderla a la tarde o la mañana siguiente
o, mejor, que me dejara un número y la llamaría.
Pero la...
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