martin rivas
Entretanto Amador había principiado ya a recoger los frutos de su intriga, cobrando a su supuesto cuñado algunas deudas de juego que éste, por asegurar su silencio, se había apresurado a pagarle, diciendo a su padre, al tiempo de pedirle el dinero, que era para pagar algunas cuentas de sastre.
Amadorrebosaba de alegría al ver la facilidad con que Agustín había satisfecho su exigencia, y se había apresurado a derrochar el dinero con esa facilidad que tienen los que le adquieren sin trabajo. Además de sus gastos presentes, le había sido también preciso cubrir el importe de otros atrasados, para suspender por algún tiempo las continuas persecuciones a que sus deudas le condenaban. Con decidido amoral ocio, sin profesión ninguna lucrativa y sin más recursos que el juego, Amador se hallaba siempre bajo el peso de un pasivo muy considerable en atención a sus eventuales entradas. El dinero de Agustín le trajo, pues, cierta holganza a que aspiraba al emprender el plan con que le había engañado. Con un reloj que debía a su habilidad en hacer trampas, y una gruesa cadena que acababa de comprar,Amador había adquirido gran importancia a sus propios ojos y aparentaba aires de caballero en el café, que le hacían notar de toda la concurrencia.
El sábado que precedió al día fijado para el paseo a la Pampilla en casa de don Dámaso Encina, tuvo lugar entre doña Bernarda y Amador una conversación que debía atacar de nuevo la tranquilidad de Agustín.
Era por la mañana, y Amador trataba derecuperar el sueño que los espirituosos vapores que llenaban su cerebro después de una noche de orgía ahuyentaban de sus párpados, produciendo en todo su cuerpo la agitación de la fiebre.
Doña Bernarda entró al cuarto de su hijo después de haber esperado largo rato a que se levantase.
-Vamos, fogonazo -le dijo-, ¿hasta cuándo duermes?
-Ah, es usted, mamita -contestó Amador, dándose vuelta en sucama.
Estiró los brazos para desperezarse, dio un largo y ruidoso bostezo y, tomando un cigarro de papel, lo encendió en un mechero que prendió de un solo golpe.
-Me he llevado pensando en una cosa -dijo doña Bernarda, sentándose a la cabecera de su hijo.
-¿En qué cosa? -preguntó éste.
-Ya van porción de días que Adelaida está casada -repuso doña Bernarda-, y Agustín no le ha hecho nisiquiera un regalito.
-Es cierto, pues, que no le ha dado nada.
-De qué nos sirve que sea rico entonces; uno pobre le habría dado ya alguna cosa.
-Yo arreglaré esto -dijo Amador con tono magistral-; no le dé cuidado, madre. ¡Si el chico quiere hacerse el desentendido, se equivoca! No pasa de hoy que no se lo diga.
-Al todo también, pues -observó la madre-, no sólo no confiesa el casamiento a sufamilia, sino que se quiere hacer el inocente con los regalos.
-Déjelo no más, yo lo arreglaré -dijo Amador.
Doña Bernarda entró entonces en la descripción de los vestidos que convendrían a su hija, sin olvidar los que a ella le gustaría tener, indicando las tiendas en que podrían encontrarse. Lo prolijo de los detalles hacía ver que la buena señora había meditado detenidamente su asunto, delcual impuso con escrupulosidad a Amador. En su enumeración entraron, además de los vestidos de color, una buena basquiña negra y un mantón de espumilla para ella, que no podía, por el calor, sufrir el de merino. Ayudada con los conocimientos aritméticos que Amador había adquirido en la escuela del maestro Vera, cuyo recuerdo hace temblar aún a algunos desdichados que experimentaron el rigor de suférula, doña Bernarda sacó la cuenta del número de varas de género de hilo que entraban en una docena de camisas para Adelaida, con más el importe de los vuelos bordados que debían adornarlas, el de dos docenas de medias, varios pares de botines franceses y diversos artículos de primera necesidad para la que, según ella, estaba destinada a figurar en breve en la más escogida sociedad de...
Regístrate para leer el documento completo.