Martin
Hace un año, cuando las filtraciones de los documentos privados de Benedicto XVI sacaban a la luz un día sí y otro también las miserias de los hombres de Dios,alguien recordó que, en 2010, con motivo de una larga entrevista concedida al periodista alemán Peter Seewald para el libro La luz del mundo, Joseph Ratzinger advirtió: “Cuando un Papa alcanza la clara conciencia de que ya no es física, mental y espiritualmente capaz de llevar a cabo su encargo, entonces tiene en algunas circunstancias el derecho, y hasta el deber, de dimitir”. En el verano de 2012,con la detención de Paolo Gabriele, su mayordomo, acusado ser el autor material de la sustracción de la correspondencia papal, Benedicto XVI sufrió otro duro revés, que se venía a unir, en el intervalo de unas horas, al despido fulminante de Ettore Gotti Tedeschi, el presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR). Si Gabriele —el hasta entonces fiel Paoletto— era quien desde hacía seisaños lo ayudaba a vestirse y a desvestirse, le servía el desayuno y lo acompañaba en sus desplazamientos, el banquero Tedeschi —eliminado sin derecho a réplica ni honor por altos miembros de la Curia— era la persona elegida personalmente por Ratzinger para intentar limpiar la banca del Vaticano. Aquel verano, Ratzinger se fue a Castel Gandolfo más solo de lo que jamás estuvo ningún Papa. Elrepresentante de Dios en la tierra era en realidad un hombre anciano y enfermo, “un pastor rodeado por lobos”, en expresión de L’Osservatore Romano.
La sala de prensa del Vaticano está a rebosar. El portavoz, el jesuita Federico Lombardi, contesta con paciencia, de buen grado, todas las preguntas de los corresponsales, y admite sin rubor: “Nos ha pillado a todos por sorpresa”. Las palabras de Papahan sido rotundas: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio”. Pero a nadie se le escapa que, además de la edad y de su delicado estado de salud —en 1991 sufrió un ictus, tiene problemas de hipertensión y artrosis en una rodilla—, una decisión tan trascendentaltiene que estar influida por condicionantes más poderosos. Su incapacidad, por ejemplo, para inocular en el seno de la Iglesia la lucha sin cuartel contra la pederastia después de décadas protegiendo a los culpables y culpabilizando a las víctimas. Si bien durante el pontificado de Juan Pablo II, el cardenal Ratzinger —por entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el...
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