Martir de las catacumbas
EL COLISEO
Era uno de los grandes días de fiesta en Roma. De todos los extremos del país la gente convergía hacia un destino común .Recorrían el Monte Capitolino, el foro, el Templo de Paz, el arco de Tito y el palacio imperial de su desfile interminable hasta llegar al Coliseo al cual penetraba por las innumerables puertas,desapareciendo en el interior.
Allí se encontraban frente a un escenario maravilloso: en la parte inferior de la arena interminable se desplegaba rodeada por las incontables hileras de asientos que se elevan hasta el tope de la pared exterior que bordeaba los cuarenta metros. Aquella enorme extensión se hallaba totalmente cubierta de seres humanos de todas las edades y clases sociales.
Mas de cienmil almas se había reunido aquí, animadas por un sentimiento común, e incitadas por una sola pasión, pues lo que les había atraído a esta lugar una ardiente sed de sangre de sus semejantes. Jamás se hallara un comentario más triste de esta alareada civilización de la Antigua Roma, que este macabro espectáculo creado por ella.
Allí se hallaban presente guerreros que habían combatido en lejanoscampos de batalla, y que estaban bien enterados de lo que constituían actos de valor; sin embargo, no sentían la mayor indignación ante las escenas de cobarde opresión que se desplegaba ante sus ojos. Nobles de antiguas familias se hallaban presente allí, pero no tenían ojos para ver en estas exhibiciones crueles y brutales el estigma sobre el honor de su patria.
A su vez los folisofos, los poetas,los sacerdotes, los gobernadores, los encumbrados, como también los humildes de la tierra, atestaban los asientos; pero los aplausos de los patricios eran tan sonoros y habidos como los de los plebeyos.
El sillón levantado sobre un lugar prominente de enorme anfiteatro se hallaba ocupado por el Emperador Decio a quien rodeaban los principales de los romanos.Entre estos se podía contar un grupode la guardia pretoriana, que criticaban los diferentes actos de las escenas que se desenvolvían en su presencia con aires de expertos.
Un hombre en particular había despertado la admiración y el frenético aplauso de la multitud. Se trataba de un africano de Mauritania, cuyo aspecto y fortaleza eran de un gigante y además su habilidad igualaba su fortaleza. Sabia blandir su corta espada condestreza maravillosa, y cada uno de los contrincantes que hasta el momento había tenido yacían muertos.
Llego el momento en que había de medirse con un gladiador de Batavia, hombre al cual el solamente le igualaba en fuerza y estatura. Pero los separaba un contraste sumamente notable. El africano era tostado, de cabello relumbrante y rizado y ojos chispeantes; el de Betavia era de tez clara, decabello rubio y de ojos vivísimos de color gris. Tan aceptado había sido el cortejo de todo sentido, que resultaba decir cual de ellos levaba ventaja, pero, como el primero había ya estado luchando por algún tiempo, se pensaba que el tenia esto como una desventaja. Llego, pues, el momento en que se trabo pues la contienda con gran vehemencia y actitud de ambas partes. El de Betavia tremendos golpes asus contrincantes, que fueron parados gracias a la viva destrenza de este. El africano era ágil y estaba furioso, pero nada podía hacer contra la fría y sagas defensa de su vigilante adversario.
Finalmente, a una señal dada, se suspendió el combate, y los gladiadores fueron retirados, pero de ninguna manera ante la admiración o conmiseración de los espectadores, sino simplemente por el sutilentendimiento de que era el mejor modo de agradar al público romano.La arena presentaba el escenario de confusión más horrible.
Quinientos hombres en la flor de su vida y de gran fortaleza, armados con espadas, luchando con siega confusión unos con otros. Algunas veces se trenzaban en una masa densa y enorme; otras veces se separaban violentamente, ocupando todo el espacio disponible, rodeando una...
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