La
fórmula
general
del
capital.
La
circulación
de
mercancías
es
el
punto
de
arranque
del
capital.
La
producción
de
mercancías
su
circulación
desarrollada,
o
sea,
el
comercio,
forman
las
premisas
históricas
en
que
surge
el
capital.
La
biografía
moderna
del
capital
comienza
en
el
siglo
XVI,
con
el
comercio
y
el
mercado
mundiales.
Si
prescindimos
del
contenido
material
de
la
circulación
de
mercancías,
del
intercambio
de
diversos
valores
de
uso,
y
nos
limitamos
a
analizar
las
formas
económicas
que
este
proceso
engendra,
veremos
que
su
resultado
final
es
el
dinero.
Pues
bien,
este
resultado
final
de
la
circulación
de
mercancías
es
la
forma
inicial
en
que
se
presenta
el
capital.
Históricamente,
el
capital
empieza
enfrentándose
en
todas
partes
con
la
propiedad
del
inmueble
en
forma
de
dinero,
bajo
la
forma
de
patrimonio‐dinero,
de
capital
comercial
y
de
capital
usurario.
Sin
embargo,
no
hace
falta
remontarse
a
la
historia
de
los
orígenes
del
capital
para
encontrarse
con
el
dinero
como
su
forma
de
manifestación
inicial.
Esta
historia
se
repite
diariamente
ante
nuestros
ojos.
Todo
capital
nuevo
comienza
pisando
la
escena,
es
decir,
el
mercado,
sea
el
mercado
de
mercancías,
el
de
trabajo
o
el
de
dinero,
dinero
que,
a
través
de
determinados
procesos,
tiende
a
convertirse
en
capital.
El
dinero
considerado
como
dinero
y
el
dinero
considerado
como
capital
no
se
distinguen,
de
momento,
más
que
por
su
diversa
forma
de
circulación.
La
forma
directa
de
la
circulación
de
mercancías
es
M‐D‐M,
o
sea,
transformación
de
la
mercancía
en
dinero
y
de
éste
nuevamente
en
mercancía:
vender
para
comprar.
Pero,
al
lado
de
esta
forma,
nos
encontramos
con
otra,
específicamente
distinta
de
ella,
con
la
forma
D‐M‐D,
o
sea,
transformación
del
dinero
en
mercancía
y
de
ésta
nuevamente
en
dinero:
comprar
para
vender.
El
dinero
que
gira
con
arreglo
a
esta
forma
de
circulación
es
el
que
se
transforma
en
capital,
llega
a
ser
capital
y
lo
es
ya
por
su
destino.
Ahora
examinemos
más
de
cerca
la
circulación
D‐M‐D.
Este
ciclo
recorre,
al
igual
que
la
circulación
simple
de
mercancías,
dos
fases
contrapuestas.
En
la
primera
fase,
D‐M
o
compra,
el
dinero
se
convierte
en
mercancía.
En
la
segunda
fase,
M‐D
o
venta,
la
mercancía
se
convierte
nuevamente
en
dinero.
Pero
ambas
fases,
unidas,
forman
el
proceso
total,
en
el
que
se
cambia
dinero
por
mercancía
y
esta
misma
mercancía
nuevamente
por
dinero:
o
lo
que
es
lo
mismo,
en
el
que
se
compra
una
mercancía
para
venderla,
o,
si
queremos
pasar
por
alto
las
diferencias
formales
de
compra
y
venta,
en
el
que
se
compran
mercancías
con
dinero
y
dinero
con
mercancías.
El
resultado
en
que
se
desembarca
todo
este
proceso
es
el
intercambio
de
dinero
por
dinero,
D‐D.
Si
compro
2000
libras
de
algodón
por
100
libras
esterlinas
y
las
vuelvo
a
vender
por
110,
no
habré
hecho,
en
último
resultado,
más
que
cambiar
100
por
110
libras
esterlinas;
es
decir,
dinero
por
dinero.
Ahora
bien,
es
evidente
que
el
proceso
de
circulación
D‐M‐D
resultaría
carente
de
todo
sentido
si
se
diese
ese
rodeo
para
cambiar
valores
iguales
en
dinero,
es
decir,
para
cambiar
100
libras
esterlinas
por
100
libras
esterlinas.
Mucho
más
sencillo
y
seguro
es
el
método
del
atesorador,
que,
en
vez
de
lanzar
al
peligro
circulatorio
sus
100
libras
esterlinas,
las
retiene
y
las
guarda.
Por
otra
parte,
aunque
el
comerciante
venda
por
110
libras
esterlinas
el
algodón
que
ha
comprado
por
100
libras
esterlinas
y
aun
por
50,
lo
cierto
es
que
su
dinero
recorre
un
proceso
característico
y
original,
completamente
distinto
del
que
recorre
en
la
circulación
simple
de
mercancías,
es
decir,
en
manos
del
labriego
que
vende
trigo
...
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