Marx
Hasta aquí tenemos a un personaje de Turguenievo de Balzac, un publicista —afortunada expresión hoy olvidada— que a través de la prensa política y literaria trataba de minar la somnolienta paz posnapoleónica. Al fin, las revoluciones de 1848, en las que aparecieron el movimiento obrero organizado, el sufragio universal y las primeras ligas comunistas, colocaron a Marx en un nuevo punto del mapa histórico, donde la rebeldía romántica setransformó en la búsqueda de una ciencia capaz no sólo de interpretar la sociedad burguesa, sino de destruirla.
Las primeras víctimas intelectuales de los dardos envenenados de Marx fueron el anarquista cristiano Proudhon, a quien refutó con La miseria de la filosofía (1847), y sus maestros hegelianos, ridiculizados en La Sagrada Familia y en La ideología alemana (1845 y 1847). Poco antes de 1848,Marx y Engels redactaron El manifiesto comunista y desplazaron a los caritativos dirigentes de la Liga de los Justos, transformándola en la Liga de los Comunistas. Wheel dibuja con bastante precisión esa Europa de 1848, recordando que la secta de Marx era sólo una más entre las centenas de herejías filosóficas, políticas y religiosas que pululaban en ese avispero. De vuelta en Renania, Marxparticipó abiertamente en la revuelta democrática, hasta que el rey disolvió la asamblea legislativa en Berlín. Ante la contrarrevolución triunfante, Marx, ya entonces un conspirador bien conocido por las policías de Francia, Bélgica y Prusia, llegó a Londres, ciudad en la que residió hasta su muerte, el 14 de marzo de 1883. Aunque en varias ocasiones regresó al continente por razones médicas opolíticas, Marx, según dice su nuevo biógrafo, es incomprensible sin la Inglaterra victoriana.
La insularidad británica de Marx se debió, casi por completo, a Engels, un personaje propio de Dickens, quien alimentó a la familia del crítico del capitalismo con las ganancias de su fábrica de algodón y puso en contacto al filósofo alemán con la sociedad industrial por excelencia, Inglaterra. Instaladosen Londres, Bagdad de las mil y una noches modernas, como la bautizó R. L. Stevenson, los Marx llevaron una existencia dickensiana. Víctimas de la insalubridad, varios de sus hijos se sumaron a las abrumadoras tasas de mortalidad infantil propias de la época. Con el respaldo puntual del generosísimo Engels, Marx sobrevivió gracias al apoyo de dos mujeres imbatibles: su esposa Jenny, neé baronesade Westphalen, y Helene Demuth, el ama de llaves con quien tuvo un hijo ilegítimo, Freddy, muerto en el anonimato en 1929.
Orgulloso del origen aristocrático de su mujer, Marx fue, en sus distintos domicilios londinenses, un buen vecino que, a no ser por su impresionante aspecto de patriarca bíblico tatemado por la predicación en el desierto, habría pasado inadvertido. Marx, el padre defamilia, es un tipo encantadoramente ordinario. Fue un padre amoroso que nunca dudó en poner su obra por encima de la felicidad de su familia, un bebedor social que nunca cayó en la relajación alcohólica, un marido que sólo en dos ocasiones pensó en abandonar sus libros y artículos para conseguir un empleo remunerado, y un señor de pocos amigos. Y como le ocurre a tantos de los hombres turbulentos,...
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