Mayte Fernandez Uceda Los Angeles De La Torre
Mayte F. Uceda
Diseño de la portada: Ana F. Sande
Fotografía: Eros y Psique de Antonio Canova. Museo del Louvre
Esta publicación ha sido debidamente registrada.
© 2012 Mayte Fernández Uceda.
Todos lo derechos reservados.
Información de la obra y de su autora en:
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PRIMERA PARTE
ALGO INESPERADO
Polka saltó a mis brazos nada más abrir la puerta. Era algo tan cotidiano que
instintivamente mis brazos se adelantaban anticipándose a su salto. Después
siempre agradecía su pequeño tamaño; no podía imaginar la misma escena si se
tratara de un enorme y pesado rottweiler.
Se podría decir, sin temor a equivocarse, que la naturaleza perruna no había
sido muy generosa con ella. Su aspecto siempre producía un cierto rechazo a los
ojos de los amantes de los animales; patas cortas, cabeza grande con ojos saltones y
orejas puntiagudas. Un pelaje de color indefinido acababa de rematar su
desaliñado aspecto, porque, aparte de escaso, parecía estar permanentementeerizado; como si le hubieran gastado una broma en la peluquería canina. Por lo
demás, Polka posee un carácter tranquilo, siempre y cuando, todo hay que decirlo,
nadie perturbe su apacible existencia.
Después del alegre recibimiento atravesé el pasillo guiada por el haz de luz
que se filtraba por una de las puertas de la planta baja. Mi madre, junto con laabuela, habían instalado en aquella amplia sala un taller de costura hacía más de
quince años, y esta había sido nuestra principal fuente de ingresos desde entonces.
Cuando la abuela murió, mi madre asumió todo el trabajo. Yo había aprendido el
oficio casi por inercia, a base de echar una mano cuando el momento lo requería.
Claro que, en los últimos años, el trabajo no nos desbordaba.
La luz tenue indicaba que aún seguía trabajando, a pesar de que hacía ya
más de una hora que el reloj había marcado la medianoche.
Me detuve bajo el marco de la puerta y la observé un momento. Parecía
cansada y, aunque todavía era una mujer joven, no gozaba de la vitalidad propia
de su edad. Sentada en una de las sillas acolchadas parecía una frágil ramaencorvada sobre sí misma; una incómoda postura que era tan familiar para mí
como lo eran comer o respirar.
Sujetaba en su regazo la misma prenda azul que le había visto entre las
manos esa misma mañana. Era un vestido de raso color turquesa que Graciela
Gómez, la farmacéutica del pueblo, le había encargado para la boda de su hijo
Benjamín. Aún quedaban tres semanas para el evento, pero ya estabaprácticamente terminado. Tan sólo faltaban los delicados bordados que otorgarían
a la prenda todo el esplendor que requería una celebración tan especial. Para
nosotras eso significaba horas de minucioso trabajo, algo que a mí me producía
cierto tedio.
—Deberías irte a dormir, es tarde —dije mientras me quitaba la chaqueta.
—¡Eva! —saludó mi madre, sorprendida.
Su cara se iluminó de pronto, como si llevara rato esperándome.
—No deberías trabajar tanto —refunfuñé a la vez que me sentaba sobre la
gran mesa que teníamos para cortar las telas.
—¿Qué tal por el bar de Hugo? —preguntó, y clavó la aguja en el acerico—.
Hoy has llegado más tarde.
El bar de Hugo era el local de moda en el pueblo marinero de Loriana. Sellamaba así porque su dueño había tardado tanto tiempo en encontrarle un nombre
a su negocio que, para cuando lo hizo, ya todo el mundo lo conocía como “El bar
de Hugo”.
Hugo y yo fuimos juntos a la escuela, y cuando terminamos el instituto él se
pasó un año enrolado en el Nueva Esperanza, un barco pesquero propiedad de su
padre. Trabajó duro bajo las órdenes de Ismael sólo para descubrir que la pesca de...
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