mecatonica

EL FABRICANTE DE MASCARAS
Por su puesto que él no sabía que lo estaban vigilando. Nunca lo supo en realidad. Pero cada vez que el anciano veía la sombra alargándose a su lado ligeramente delante deél, empezaba asentir una añorada sensación de tranquilidad. Como si al proyectarse contra la pared o en el piso se fiera encontrando más seguro, más acompañado, menos solo. Y era bien distinto a loque sentían su reflejo duplicándolo en algún anónimo espejo. Por qué cuando se veía mirándose quedaba neutralizado, incapaz de moverse con libertad, quieto en la terrible angustia de ser sin remediouna soledad inapelable.
Y la misma sensación de extrañamiento ancestral experimentaba al tomar por un momento otra identidad, cualquiera, tras ceñirse frente al espejo alguna de las innumerablesmascaras que su capricho venia confeccionando pacientemente en el viejo sótano en que había en cierta época, ya lejana, de su vida. Era como si la rutina de ostentar nuevas facciones y todo un aire deotredad predispuesta se le hubiera echo carga insoportable con los años, sin que el propio rostro o el de una persona cualquiera que se cruzara en su camino y ofrecieran más compañía. No soportaba, pues,la particularidad de las facciones, las fisonomías reconocibles, cualquier indicio de identidad que en otros había sido motivo de regocijo y puente tendido asía la camaradería. Su propio rostro habíallegado a ser una de tantas mascaras memorizadas y rechazadas con rigor, primero, y más adelante con la lenta sabiduría que el reconocimiento de la propia soledad.
Por eso salía solo a ciertas horasdel día, buscando la armonía inexplicable pero grata de cuerpo con la sombra. Una sombra siempre más larga o más corta, más gorda o más delgada que él. Como si fuera, pues, otra persona que hacia elmismo breve recorrido, acompañándolo, escuchándolo. Y un buen día noto que a pesar de ser correcto el juego de luces y sombras que el sol y la hora permitían, se había quedado solo. Más solo que...