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Canto IV
CANTO IV
Violación de los juramentos - Agamenón revista las tropas
Menelao lo busca por el campo de batalla y recibe en la cintura el impacto de una flecha lanzada por Pándaro, que así rompe la tregua convenida por los dos ejércitos antes de empezar el singular desafío. Entonces comienza unaencarnizada lucha entre aqueos y troyanos.
Sentados en el áureo pavimento junto a Zeus, los dioses celebraban consejo. La venerable Hebe escanciaba néctar, y ellos recibían sucesivamente la copa de oro y contemplaban la ciudad de Troya. Pronto el Cronida intentó zaherir a Hera con mordaces palabras; y, hablando fingidamente, dijo:
-Dos son las diosas que protegen a Menelao, Hera argiva yAtenea alalcomenia; pero, sentadas a distancia, se contentan con mirarlo; mientras que Afrodita, amante de la risa, acompaña constantemente al otro y lo Libra de Las parcas, y ahora lo acaba de salvar cuando él mismo creía perecer. Pero, como la victoria quedó por Menelao, caro a Ares, deliberemos sobre sus futuras consecuencias: si conviene promover nuevamente el funesto combate y la terrible pelea, oreconciliar a entrambos pueblos. Si a todos pluguiera y agradara, la ciudad del rey Príamo continuaría poblada y Menelao se llevaría la argiva Helena.
Así dijo. Atenea y Hera, que tenían Los asientos contiguos y pensaban en causar daño a Los troyanos, se mordieron Los labios. Atenea, aunque airada contra su padre Zeus y poseída de feroz cólera, guardó silencio y nada dijo; pero a Hera no lecupo la ira en el pecho, y exclamó:
‑¡Crudelísimo Cronida! ¡Qué palabras proferiste! ¿Quieres que sea vano a ineficaz mi trabajo y el sudor que me costó? Mis corceles se fatigaron, cuando reunía el ejército contra Príamo y sus hijos. Haz lo que dices, pero no todos los dioses te lo aprobaremos.
Respondióle muy indignado Zeus, que amontona las nubes:
‑¡Desdichada! ¿Qué graves ofensas teinfieren Príamo y sus hijos para que continuamente anheles destruir la bien edificada ciudad de Ilio? Si trasponiendo las puertas de los altos muros, te comieras crudo a Príamo, a sus hijos y a los demás troyanos, quizá tu cólera se apaciguara. Haz lo que te plazca; no sea que de esta disputa se origine una gran riña entre nosotros. Otra cosa voy a decirte que fijarás en la memoria: cuando yo tengavehemente deseo de destruir alguna ciudad donde vivan amigos tuyos, no retardes mi cólera y déjame hacer lo que quiera, ya que ésta te la cedo espontáneamente, aunque contra los impulsos de mi alma. De las ciudades que los hombres terrestres habitan debajo del sol y del cielo estrellado, la sagrada Ilio era la preferida de mi corazón, con Príamo y su pueblo armado con lanzas de fresno. Mi altarjamás careció en ella del alimento debido, libaciones y vapor de grasa quemada; que tales son los honores que se nos deben.
Contestóle en seguida Hera veneranda, la de ojos de novilla:
‑Tres son las ciudades que más quiero: Argos, Esparta y Micenas, la de anchas calles; destrúyelas cuando las aborrezca tu corazón, y no las defenderé, ni me opondré siquiera. Y si me opusiere y no lo...
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