Meditacion del marco
José Ortega y Gasset
Buscando un tema
En esta habitación donde ahora escribo hay muy pocas cosas; pero entre ellas, dos grandes fotografías y un pequeño cuadro, que en la horas de forzado ocio, de enfermedad o de fatiga, atraen con preferencia mi atención. Las dos fotografías se hacen frente desde dos paredes opuestas. Una reproduce la figura de Gioconda queestá en el Museo del Prado; la otra el Hombre con la mano al pecho, que pintó el frenético griego de Toledo. Este personaje desconocido es una fisonomía apasionada e incandescente que modera con el peso de su mano una incurable exaltación cordial y mira el mundo con ojos febfriles. La blanca gola emite una estelar fosforescencia; la barba aguda parece estremecerse, y sobre el negro traje, bajo elcorazón, el puño de oro del estoque da un perpetuo latido de fuego. Siempre he pensado que esa figura era la más cabal representación de Don Juan, se entiende de Don Juan según mi manera de interpretarlo, que discrepa un poco de las usadas. A su vez, la Gioconda con sus cejas depiladas y su elástica carne de molusco, con sus sonrisa de doble filo, que es a la par de atracción y esquivez,simboliza para mí la extrema feminidad. Como Don Juan es el hombre que ante la mujer no es sino hombre –ni padre, ni marido, ni hermano, ni hijo-, es la Gioconda la mujer esencial que conserva invicto su encanto. Madre y esposa, hermana e hija son los precipitados que da la feminidad, las formas que la mujer reviste cuando deja de serlo o todavía no lo es. La mayor parte de las mujeres tienen de mujersólo una hora en su vida, y los hombres suelen ser Don Juan no más de unos momentos. Si dilatamos estos momentos, prolongándolos sobre toda una existencia, formaremos la ideal figura de Don Juan y de Doña Juana. Porque esto es la Gioconda: Doña Juana.
Así, estas dos fotografías, desde sus paredes fronteras, son tal para cual. Victorioso de todas las demás mujeres, era interesante hacersufrir a Don Juan la mayor experiencia sometiéndolo al influjo de Doña Juana. ¿Qué pasará? La habitación en que ahora escribo es el laboratrio psicológico donde se verifica el experimento. Al caer de la tarde sobre todo, cuando la retaguardia de la luz combate en los ángulos de la estancia con la tiniebla invasora, se dispara entre ambas fotografías un dinámico canje de energías. Yo me hecomplacido más de una vez en sorprender el táctico diálogo, la ofensiva y defensiva de los dos cartones simbólicos, que, como castillos pirotécnicos, se lanzan mutuamente, al través del aposento, bengalas sentimentales.
Ya que he de escribir un pliego más, a fin de colmar las dimensiones de este tomo, ¿por qué no hacerlo sobre este tema? Hay, sin embargo, un inconveniente. Este grave tema de amor y dedolor no cabe en un pliego; requeriría docenas de ellos, y ahora se trata de escribir uno solo.
Busquemos un tema más humilde. Tal vez el pequeño cuadro que pende a la izquierda del Hombre con la mano al pecho. Es un paisaje de Regoyos, el más humilde de los pintores, Fra Angélico de los glebas y los sotos, que parecía ponerse de rodilllas para pintar una col. Se trata de un rincón deBidasoa: un área mansa de verdes hortalizas, vagos al fondo los montes plomizos de Francia, nubes ingrávidas en lo alto, curvas del río sinuoso, un pueblo refulgente que el sol orifica con su último rayo, y el puente internacional, sobre el que corre, única nerviosidad en medio de la pavorosa calma, un trencito apresurado. El humo de la locomotora se desvanece en el aire, y cuando ya va a borrarse, levemos renacer de sí mismo, y así indefinidamente. Este continuado ritmo de la muerte y resurrección del humito dota al cuadro de una como vital pulsación que lo mantiene en inmarcesible actualidad.
¿No podría llenarse un pliego con todo lo que este menudo cuadro sugiere? Desgraciadamente, no. Nada más fácil que escribir sobre este cuadro varios pliegos; pero uno, uno solo, imposible. El...
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