Medusa Artifcial
Francisco Ayala
MARI-TERE, TAQUIMECA
Como el novio de cada mecanógrafa, el timbre de salida había acudido con puntualidad a la cita de las seis. Todas las tardes, al sonarseis campanadas iguales en el reloj, el timbre -apresurado, por evitarse un enjambre de reproches- las subrayaba con su trazo eléctrico. Era la última firma del director, rubricando el trabajo del día.Tere alzó la cabeza y dejó caer los brazos. Sus piernas se extendieron -fugitivas en frío carmín, fluviales- bajo el puente de la mesita, y sus ojos descendieron a la máquina que se abría en unbostezo definitivo. El ruido de la oficina había saltado, mecanismo roto, en ruidos disociados y anárquicos. Los ficheros recomponían la vertical correcta; las carpetas giraban sobre su eje, y lasmáquinas se cubrían, alegres, con sus impermeables charolados, como si ellas también hubieran de echarse a la calle...
Tere encerró su typewriter en rizada concha de madera. «Ya, hasta mañana –pensó-, sutriple fila de botones no salpicará violetas pequeñas; no cantará en su jaula, ni se mecerá de un lado a otro con voluptuosidad de piano. Ya, hasta mañana...».
Iban saliendo los compañeros. Ella seaproximó al lavabo, abrió ambos grifos en competencia de climas, y entregó las manos a la delicia curva del agua; los dedos, penetrados de agujas, se creían peces en su pecera, volvían el rosadovientre, se enlazaban, y se desprendían hasta caer desmayados al fondo.
Resucitaron en la toalla, y se rehicieron en los guantes. Mari Tere bajó la escalera a saltos. (A saltitos dactilográficos.) Y lacalle la recogió devanando el ajedrez veloz del tránsito.
Sobre su cabeza, el cielo era un cielo verdoso de grasa consistente, con algunas vedijas de cotón sucio. Al fondo de cada perspectivaaparecía cárdeno, encerrado entre las aristas de los edificios; se desangraba -boxeador vencido- apoyándose en los más altos rascacielos. Ella andaba siguiendo el ritmo del jazz urbano: a un paso...
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