Melod a en la Toscana
una recién nacida a las puertas de un convento de clausura. Una llave
de plata oculta entre los paños que la envuelven es la única pista
sobre su identidad…
Quince años después, la pequeña huérfana, Rosa Bellocchi, se ha
convertido en una bella muchacha con un don especial para la música
y una sensibilidad inaudita hacia todo loque la rodea. Su falta de
vocación para tomar los hábitos y su espíritu curioso la conducirán
hasta la villa Scarfiotti como institutriz de Clementina, la hija del
marqués de Scafiotti y su inquietante esposa, una mujer fría y
calculadora que esconde un oscuro secreto. Rosa, intrigada por un
misterio que parece envolver a toda la casa y sus habitantes, hará lo
posible para descubrir la verdad apesar de las consecuencias…
Belinda Alexandra nos transporta a través de una tierna historia de
amor y coraje a la belleza de Italia y sus gentes durante una de las
épocas más atractivas del siglo XX, con una heroína que nos hace ver
con otros ojos la II Guerra Mundial. Una formidable novela que ha
conquistado el corazón de millones de lectores en todo el mundo.
Índice
Portada
Dedicatoria
PrólogoPrimera parte
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Segunda parte
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Tercera parte
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítuloveintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Nota de la autora
Agradecimientos
Nota
Descubre nuevas lecturas y comparte tu opinión
Créditos
Para mi familia y amigos,
gracias por vuestro cariño y vuestro apoyo
PRÓLOGO
Florencia, 1914
Un hombre se detiene junto al umbral de una puerta,
balanceándosesobre sus pies, antes de adentrarse de nuevo por la
serpenteante callejuela que se dirige hacia el río. La distancia que ya
ha recorrido cruzando toda la ciudad le deja sin resuello. Sin embargo,
el destino de la criatura que lleva escondida entre los faldones de su
abrigo depende de él, y le aterra la idea de que si no la pone a salvo y
regresa antes de que su ausencia levante sospechas, tanto élcomo
ella estarán perdidos.
El vello de la nuca se le pone de punta al oír el sonido de unos
cascos de caballo sobre los adoquines del suelo. Se vuelve para
enfrentarse a su perseguidor, pero lo único que ve es el carro de un
comerciante cargado de velas y sacos de harina. Entra de un salto en
un callejón entre dos casas. La brisa es fresca, pero la cría, a la que
sostiene contra su pecho, lecalienta la piel. Se aparta el abrigo para
echarle una mirada a la carita de la niña.
—Alabado sea Dios por lo profundamente que duermen los
bebés —murmura acariciándole la mejilla con una mano
desenguantada y callosa.
Se vuelve a mirar hacia el cielo y trata de olvidar lo acontecido
durante las últimas horas, estremeciéndose al recordar el pálido rostro
de la madre... y los gritos, tan terroríficosque jamás hubiera podido
imaginar que podían provenir de un ser humano.
El desconocido avanza sigilosamente por la calle y se topa con
un grupo de jóvenes que holgazanean en torno a una fuente. Uno de
ellos clava la mirada en él y se aparta de los demás: es un escuálido
adolescente con una bufanda apolillada en torno al cuello. El hombre
se humedece los labios y enseña los dientes, pero recapacitaun
instante y dobla la esquina para internarse en una callejuela.
—E allora! —exclama el joven a sus espaldas, pero no hace
ademán de seguirlo.
Puede que el muchacho solo quisiera pedirle una cerilla para
encender un cigarrillo, pero sobre Florencia se cierne la amenaza de la
guerra y no es momento de correr riesgos.
El hombre emerge de la callejuela. El Arno, moviéndose
lentamente, refulge...
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