memoria

Páginas: 15 (3700 palabras) Publicado: 9 de noviembre de 2014
Memorias de un paraguas

Nací en una fábrica francesa, de más padres, padrinos y patro­nes que el hijo que achacaban a Quevedo. Mis hermanos eran tantos y tan idénticos a mí en color y forma, que hasta no sepa­rarme de sus filas y vivir solitario, como hoy vivo, no adquirí la conciencia de mi individualidad. Antes, en mi concepto, no era un todo ni una unidad distinta de las otras; me sucedíalo que a ciertos gallegos que usaban medias de un color igual y no po­dían ponerse en pie, cuando se acostaban juntos, porque no sabían cuáles eran sus piernas. Más tarde, ya instruido por los viajes, extrañé que no ocurriera un fenómeno semejante a los chinos, de quienes dice Guillermo Prieto con mucha gracia, que vienen al mundo por millares, como los alfileres, siendo tan difícil distinguir aun chino de otro chino, como un alfiler de otro alfiler. Por aquel tiempo no meditaba en tales sutilezas, y si ahora caigo en la cuenta de que debía haber sido en esos días tan panteísta como el judío Spinoza, es porque vine a manos de un letrado, cuyos trabajos me dejaban ocios suficientes para esparcir mi alma en el estudio.
Ignoro si me pusieron algún nombre; aunque tengo enten­dido que lamayoría de mis congéneres no disfruta de este envi­diable privilegio, reservado exclusivamente para los machos y las hembras racionales. Tampoco me bautizaron, ni había para qué dado el húmedo oficio a que me destinaban. Sólo supe que era uno de los novecientos mil quinientos veintitrés millo­nes que habían salido a luz en aquel año. Por lo tanto, carecí desde niño de los solícitos cuidados de lafamilia. Uds., los que tienen padre y madre, hermanos, tíos, sobrinos y parientes, no pueden colegir cuánta amargura encierra este abandono lasti­moso. Nada más los hijos de las mujeres malas pueden com­prenderme. Suponed que os han hecho a pedacitos, agregando los brazos a los hombros y los menudos dientes a la encía; ima­ginad que cada uno de los miembros que componen vuestro cuerpo es obra de unartífice distinto, y tendréis una idea, vaga y remota, de los suplicios a que estuve condenado. Para colmo de males, nací sensible y blando de carácter. Es muy cierto que tengo el alma dura y que mis brazos son de acero bien templa­do; pero, en cambio, es de seda mi epidermis y tan delgada, tenue y transparente que puede verse el cielo a través de ella. Además, soy tan frágil como las mujeres. Si meabren brusca­mente, rindo el alma.
A poco de nacido, en vez de atarme con pañales ricos, me redujeron a la más ínfima expresión para meterme dentro de una funda, en la que estaba tan estrecho y tan molesto como suelen estar los pasajeros en los vagones de Ramón Guzmán. Esa envoltura me daba cierto parecido con los muchachos elegantes y con las flautas; pero esta consideración no disminuía missu­frimientos. Sólo Dios sabe lo que yo sufrí dentro del tubo, sacando nada más pies y cabeza entre congojas y opresiones indecibles. Los verdugos me condenaron a la sombra, encerrándome duramente en una caja con noventa y nueve hermanos míos. Nada volví a saber de mí, envuelto como estaba en la obscuridad más impenetrable, si no es que me llevaban y traían, ya en hombros, ya en carretas, ya envagones, ya, por último, en barcos de vapor. Una tarde, por fin, miré la luz, en los almacenes de una gran casa de comercio. No podía quejarme. Mi nueva insta­lación era magnífica. Grandes salones, llenos de graderías y corredores, guardaban en vistosa muchedumbre un número in­calculable de mercancías: tapetes de finísimo tejido, colgados de altos barandales; hules brillantes de distintos dibujos ycolo­res cubriendo una gran parte de los muros; grandes rollos de alfombras, en forma de pirámides y torres; y en vidrieras, apara­dores y anaqueles, multitud de paraguas y sombrillas, preciosas cajas policromas, encerrando corbatas, guantes finos, medias de seda, cintas y pañuelos. Sólo para contar, enumerándolas, todas aquellas lindas chucherías, tendría yo que escribir grandes volú­menes. Los...
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