memorias de sub
voluptuosidad en el convencimiento de su propia humillación? No habla en modo alguno inspirado porun
remordimiento pueril. Detesto decir: «¡Perdóna me, papá; no lo volveré a hacer!». No porque sea incapaz de
pronunciar estas palabras, sino quizá por todo lo contrario: porque soy demasiado capazde pronunciarlas.
Y, como si lo hiciese adrede, me precipitaba hacia delante precisamente cuando no tenía nada en
absoluto que ver con el asunto. Esto era lo más repugnante. Y entonces meenternecía, me lo confesaba
todo, lloraba y, al fin, me engañaba a mí mismo, aunque sin intención, pues era mi corazón el que me hacía
estas jugarretas.
En estos casos, ni siquiera podía echar la culpa a lanaturaleza, a esas leyes que me han hecho sufrir
tantas vejaciones en el curso de mi existencia. Es penoso acordarse de estas cosas, que, además, eran
sumamente penosas en el momento en queocurrían. Pero basta que transcurra un minuto para que me
enfurezca al advertir que todo esto es mentira, una mentira innoble, una comedia infame. ¡Esa contrición,
ese enternecimiento, esos propósitos devida nueva!... Ustedes me preguntarán por qué me torturaba, por
qué me retorcía tan cruelmente. Respuesta: porque me aburría permaneciendo con los brazos cruzados. He
aquí por qué me entregaba asemejantes contorsiones. Era esto, se lo aseguro a ustedes. Obsérvense a sí
mismos con atención, y comprobarán que las cosas ocurren precisamente así. Yo me imaginaba aventuras y
me creaba unaexistencia fantástica para vivir fuera como fuese. ¡Cuántas veces, por ejemplo, me he
enojado sin motivo, sólo por enojarme! Yo era el primero en saber que me irritaba en frío, pero que me ibaenardeciendo, y llegaba a encolerizarme sinceramente.
Siempre me han gustado estas cosas. Tanto, que acabé por perder el dominio de mí mismo. Una vez,
incluso dos, traté a toda costa de enamorarme. Y...
Regístrate para leer el documento completo.