MENTIRAS
Yo no soy de este mundo y como no soy de este mundo no me divierto con las desgracias de otros. Pero no estoy sola. Somos muchos los que no somos de este mundo, más de lo que cabría pensarsi uno le echa un vistazo a las redes y contempla con estupor el cachondeo que genera el ridículo ajeno. El problema de los que no somos de este mundo es que gozamos de menos visibilidad. Yo soyanormal, como anormal que soy siento vergüenza o piedad ante el ridículo ajeno, no sé si piedad hacia el prójimo o hacia mí misma, a causa de esa capacidad enfermiza a ponerme en los zapatos de otros, comodecía el gran Atticus Finch, que tanta falta nos hace. Me paso el día cambiándome de zapatos para poder entender por qué los demás hacen lo que yo jamás haría. Jamás recortaría mi cara de una foto yse la colocaría a una catedrática que aparece dando una charla en Harvard. Más aún: si alguna vez he tenido la ocasión de dar una charla en Harvard, he tendido a pensar que no estaba a la altura de latarea. No es complejo de inferioridad sino decoro, una palabra que anda desterrada del diccionario, con la falta que hace.
En mi vida me he visto varias veces señalada públicamente. Es un bautismoobligado para todo aquel que se dedica a esta faena. Ahora conozco mejor la relación entre actos y consecuencias; cuando piso un terreno pantanoso, sé dónde me estoy metiendo. Y si alguien tiene el malgusto de ridiculizarme, trato de aliviar el embate pensando que defendí una causa justa o que, sencillamente, dije lo que pensaba. Pero me resulta difícil de comprender a ese tipo de persona taninsensata que no calibra la repercusión de sus mentiras, que no tiene ese mecanismo de defensa que consiste en imaginar el ridículo que uno puede sentir si es descubierto. Leo sobre esta tal Anna Allen yrecuerdo una tarde de septiembre pasado, en la peluquería del Teatro Español. No era algo nuevo. Algunos trabajadores del teatro hablaban de ella, de su tendencia a embaucar a los compañeros, a...
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