Merienda
-Hermana Jerusha, realmente me abruma ver cómo esos muchachitos comen esos pasteles
y alimentos tan malos, día tras día, cuando deberían merendar con alimentos saludables.De
veras ansío ir a repartir a cada uno un buen pedazo de pan con manteca, o uno de nuestros
pastelitos grandes -declaró la bondadosa Mehitabel Plummer, mientras reanudabasu tejido
después de contemplar largo rato a los niños que salían en tropel de la escuela primaria, situada
en frente, para corretear por el patio, sentarse en los pilares, oprecipitarse en un mísero
tenducho cercano, en cuyo escaparate se exhibían montones de tartas y bizcochos grasientos.
Estos no habrían atraído a nadie que no fuera un escolar hambriento, ydeberían haberse
llamado "Dispepsia" y "Jaqueca", tan insalubres eran.
La señorita Jerusha apartó la mirada de su decimoséptimo cobertor de retacitos y respon-
dió con expresión compasiva:-Si tuviéramos en cantidad suficiente como para repartir, yo misma lo haría, para así salvar
a esos pobres muchachos engañados de los vahídos biliosos que sin duda sufrirán antes de lasvacaciones.' Ese gordito ya está amarillo como un limón, y no es de extrañar, pues lo he visto
comer, durante una sola merienda, media docena de espantosos pasteles.
Las dos ancianas sacudieronla cabeza y suspiraron, porque vivían una vida muy tranquila
en la casa estrecha cuyos fondos daban a la calle y que, apretujada entre dos tiendas, parecía
tan fuera de lugar como lohabrían parecido las buenas solteronas entre los alegres
muchachuelos del otro lado. Día tras día, sentadas junto a las ventanas, las ancianas habían
aprendido a gozar observando alos muchachos que mes a mes iban y venían como abejas a su
colmena. Tenían sus favoritos, y entretenían muchas largas horas especulando acerca, del
aspecto, modales y probable...
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