Metropolitano

Diario de motocicleta

Eran las tres de la tarde del miércoles previo a Semana Santa. Estaba en Chorrillos, en las puertas de la estación Matellini del Metropolitano. Tras un largo viaje desde micasa-en La Molina-hasta este lugar, las energías que tenía en un principio se habían disminuido a tal punto de que entré en una duda existencial: hacer o no hacer el recorrido completo delMetropolitano. Desde Matellini a Naranjal. ¿Qué me motivaba a exponerme a una marea de gente, al calor, al hacer un viaje solo para conocer? Después de dos minutos parado, reflexionando, me di cuenta que erainconcebible el haber viajado en dos buses para nada. Haber perdido casi dos horas y media en llegar para no viajar. Tenía que hacerlo.
A diferencia de los paraderos en los que suelo estar en elMetropolitano, esta terminal me parecía más completa. Había baños, al menos. Mientras veía con curiosidad toda la plataforma, me daba cuenta que la gente empezaba a llegar. Y en cantidades. Entonces noperdí más tiempo y saqué mi tarjeta universitaria del Metropolitano. La levante un momento y me di cuenta de que no era la mía. La foto de mi hermano sobresalía en esa tarjeta. Pensaba: “Qué carajo,igual ambos somos universitarios”. Pagué mi pasaje y me dirigí al paradero a esperar al primer bus que salga. A mi alrededor, había un aproximado de 20 personas esperando. Quizás, al igual que yo,anhelaban con irse sentados. Fue así que redirigí mi mirada y pude ver por primera vez los buses alimentadores. Amarillos y naranjas. Mientras perdía mi atención como la de un niño, todos a mí alrededor yahabían subido a un bus plateado que había pasado ante mis ojos. Increíble, debía ser el sofocante calor el que me ponía así. A pocos metros se aproximaba un bus de la ruta A. Completamente vacío. Esdifícil de explicar la felicidad que sentí al poder escoger entre más de 2 asientos para sentarme. Creía que este si iba a hacer un viaje muy cómodo. Qué iluso fui, pues mi ceguera de niño no...