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El Asesino de Cisnes
Villiers de L´Isle, Adam. en Breton, André (2002). Antología del humor negro. Editorial Anagrama, Barcelona. 6ª edición. Pág. 29 a la 32.Título edición original Antologhie de l´humour noir. 1939. París.

El asesino de cisnes
Villiers de L´Isle-Adam (1840-1889)
A fuerza de consultar tomos de Historia Natural, nuestro ilustre amigo, el doctor Tribulat Bonhomet habíaacabado por aprender que «el cisne canta justo antes de morir». En efecto (nos confesaba muy recientemente), sólo esta música, desde que la había oído, le ayudaba a soportar las decepciones de la vida y toda la restante no le parecía más que un guirigay, un «Wagner».

-¿Cómo se había procurado este placer de aficionado?
Helo aquí:

En las afueras de la antiquísima ciudad fortificada que habita,el práctico anciano había descubierto un buen día en un abandonado parque secular, bajo la sombra de enormes árboles, un viejo estanque sagrado -sobre cuyo sombrío espejo se deslizaban doce o quince tranquilas aves- y estudió cuidadosamente los accesos, meditando sobre las distancias y fijándose especialmente en el cisne negro, su vigilante, que dormía perdido en un rayo de sol.

Éste, todas lasnoches, se mantenía con los grandes ojos abiertos, con una piedra pulimentada en su largo pico rosa que, a la menor alerta que le descubriera un peligro para aquellos que custodiaba, habría lanzado bruscamente al agua, en medio del blanco círculo de sus durmientes, la piedra de alarma: -y la tropa a esta señal, guiada también por él, habría huido a través de la oscuridad bajo las profundasavenidas, hacia algunos lejanos céspedes o una fuente reflejando grises estatuas, u otro refugio bien conocido por su memoria. -y Bonhomet los había mirado largo tiempo, en silencio, -sonriéndoles incluso. ¿Acaso no era con el último canto con lo que, como perfecto dilettante, soñaba regalar pronto sus oídos?

A veces, pues, -cuando sonaba la medianoche de alguna otoñal noche sin luna, -Bonhomet, roídopor el insomnio, se levantaba repentinamente, y se vestía especialmente para el concierto que necesitaba volver a oír. El huesudo y gigantesco doctor hundía sus piernas en unas desmesuradas botas de goma guarnecidas de hierro, que continuaban, sin sutura, un ancho redingote impermeable, también debidamente forrado y deslizaba las manos en un par de guanteletes de acero con blasones, procedentesde alguna armadura de la Edad Media (guanteletes de los que se había hecho feliz propietario al precio de treinta y ocho sueldos -¡una locura!- en un anticuario). Hecho esto, se ceñía su gran sombrero moderno, encendía la linterna, descendía, y, con la llave de su residencia en el bolsillo, se encaminaba a la burguesa, al lindero del parque abandonado.

He aquí que pronto se aventuraba por lossenderos sombríos, hacia el retiro de sus cantores predilectos -hacia el estanque cuyas aguas poco profundas, y bien sondeadas en todos los parajes, no sobrepasaban su cintura. Y, bajo las bóvedas de follaje que avecinaban los atracaderos, amortiguaba su paso al pisar las ramas muertas.

Llegado al mismo borde del estanque, lentamente, muy lentamente -¡y sin el menor ruido!-, introducía una bota,luego la otra, y avanzaba, a través de las aguas, con precauciones inauditas, tan inauditas que apenas osaba respirar. Como un melómano en la inminencia de la cava tina esperada. De manera que, para franquear los veinte pasos que le separaban de sus queridos virtuosos, empleaba generalmente de dos horas a dos horas y media, tanto temía alarmar la sutil vigilancia del negro guardián.

El alientode los cielos sin estrellas agitaba quejosamente las ramas altas en las tinieblas en torno al estanque; pero Bonhomet, sin dejarse distraer por el misterioso murmullo, avanzaba siempre insensiblemente, y tan bien que, hacia las tres de la madrugada, se encontraba, invisible, a medio paso del cisne negro, sin que éste hubiera sentido el menor indicio de su presencia.

Entonces, el buen doctor,...