mi hermana elba
Todos los cuentos
Mi hermana Elba
Aún ahora, a pesar del tiempo transcurrido, no me cuesta trabajo alguno descifrar
aquella letra infantil plagada de errores, ni reconstruir los frecuentes espacios en
blanco o las hojas burdamente arrancadas por alguna mano inhábil. Tampoco me
representa ningún esfuerzo iluminar con la memoria el deterioro del papel, el
desgaste de la escritura o la ligera pátina amarillenta de las fotografías. El diario es
de piel, dispone de un cierre, que no recuerdo haber utilizado nunca, y se inicia el 24
de julio de 1954. Las primeras palabras, escritas a lápiz y en torpe letra bastardilla,
dicen textualmente: Hoy, por la mañana, han vuelto a hablar de «aquello». Ojalá lo
cumplan. Sigue luego una lista de las amigas del verano y una descripción detallada
de mis progresos en el mar. En los días sucesivos continúo hablando de la playa, de
mis juegos de niña, pero, sobre todo, de mis padres. El diario finaliza dos años
después. Ignoro si más tarde proseguí el relato de mis confesiones infantiles en otro
cuaderno, pero me inclino a pensar que no lo hice. Ignoro también el destino ulterior
de varias fotografías, que en algún momento debí de arrancar ȯy de cuya existencia
hablan aún ciertos restos de cola casera petrificados por el tiempoȯ, y el instante o
los motivos precisos que me impulsaron a desfigurar, posiblemente con un
cortaplumas, una reproducción del rostro de mi hermana Elba.
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Cristina Fernández Cubas
Todos los cuentos
Durante el largo verano de 1954 sometí a mis padres a la más estricta vigilancia.
Sabía que un importante acontecimiento estaba a punto de producirse e intuía que,
de alguna manera, iba a resultar directamente afectada. Así me lo daban a entender
los frecuentes cuchicheos de mis padres en la biblioteca y, sobre todo, las animadas
conversaciones de cocina, interrumpidas en el preciso momento en que yo o la
pequeña Elba asomábamos la cabeza por la puerta. En estos casos, sin embargo,
siempre se deslizaba una palabra, un gesto, los compases de cualquier tonadilla a la
moda bruscamente lanzados al aire, una media sonrisa demasiado tierna o
demasiado forzada. Mi madre, en una ocasión, se apresuró a ocultar ciertos papeles
de mi vista. La niñera, menos discreta y más dada a la lamentación y al drama,
dejaba caer de vez en cuando algunas alusiones a su incierto futuro económico o a la
maldad congenita e irreversible de la mayoría de seres humanos. Decidí mantenerme
alerta y, al tiempo que mis ojos se abrían a cualquier detalle hasta entonces
insignificante, mis labios se empeñaron en practicar una mudez fuera de toda lógica
que, como pude comprobar de inmediato, producía el efecto de inquietar a cuantos
me rodeaban.
Nunca como en aquella época mi padre se había mostrado tan comunicativo y
obsequioso. Durante las comidas nos cubría de besos a Elba y a mí, se interesaba por
nuestros progresos en el mar e, incluso, nos permitía mordisquear bombones a lo
largo del día. A nadie parecía importarle que los platos de carne quedaran intactos
sobre la mesa ni que nuestras almohadas volaran por los aires hasta pasada la ...
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