Mi maestra

Páginas: 58 (14337 palabras) Publicado: 11 de febrero de 2012
Mi Maestra Escolástica
Adaptado de Ramón Rosa.
Un día, a eso de las seis de la mañana, lo recuerdo como si ayer fuera, sentí una fuerte sacudida en mi débil cuerpecito de seis años.
El fenómeno fue producido por las gruesas y velludas manos de mi a yo Julián Patojo, que tal era su apodo, quien tomó el empeño en despertarme a toda prisa, y en hacerme dejar mi caliente camita de cedro, y lasabrosa colcha de Juticalpa que me cobijaba.
Julián me habló entrecortado, casi perplejo.
—Levántate, vamos a la escuela. Mi maestro lo manda.
—¿A la escuela?, contesté yo sin comprenderle bien.
—Sí, a la escuela.
Como tenía plena confianza en Julián, que me llevaba, en Navidad, a ver los nacimientos y los títeres; en principio de cuaresma, a tomar ceniza; en Semana Santa, a visitar losmonumentos; en Corpus, a contemplar los altares; y en las fiestas de Mercedes y de San Miguel, a admirar las churriguerescas mojigangas, dispuestas por los gremios, y los horribles diablos vencidos por la espada de nuestro patrono, no hice resistencia para dejarme vestir e ir a la escuela, que supuse cosa divertidísima.
Me vistieron de gala. Me pusieron unos calzoncitos de dril pardo que me daban hastalos tobillos — en aquel tiempo no usaban vestidos cortos ni los niños ni las chicuelas — una limpia y muy planchada camisa de olán, abotonada por detrás, y con revuelos en las mangas; me calzaron suaves y negrísimas cutarras de polvillo; y me taparon con un sombrerito de vicuña, que era mi mayor lujo, pues solo salía a la luz cuando nuestra argentina campana del reloj daba estrepitosos repiques,anunciando las grandes festividades.
Ya vestido y emperendengado, me dieron mi chocolate con mascadura. Entonces no se tomaba café. Se tomaban tragos... al decir de las viejitas, se entiende, de chocolate. El café se recetaba para curar las indigestiones y dolores de estómago.
Cediendo quizá a la misteriosa influencia de un presentimiento, volví los ojos con el alma oprimida, al patio y corral demi casa; a los naranjos cargados de fragantes azahares y de doradas frutas, y a los hojosos y verdes piñones, a las extendidas y lujuriosas ayoteras, y a la milpa susurradora, ya en jilotes, cuyas finas cabelleritas de oro flotaban agitadas por el viento. Julián me tomó de la mano, caminamos una cuadra, torcimos por el callejón de la Casa de Moneda, llamada todavía Caja Real, aún sin haber talCaja ni tal Rey; y bajamos la empinada cuesta de la Hoya o de la Joya, verdadero arrificio para los transeuntes.
Algo cansado, y entre descreído y crédulo, dije a mi ayo:
—Julián, ¿te quedarás conmigo en la escuela?
—Sólo voy a dejarte, me contestó concisamente.
—¡Pues no voy a la escuela!
—¡Pues vas!
Apelé a la fuga, pero Julián me cortó la retirada, me echó sobre sus hombros, o me cargó atuto, como se dice en esta tierra, y todo fue concluido.
Ya capturado, mis gritos fueron horribles: solo podían compararse con los chillidos de los lechones que, de cuatro a cinco de la mañana, se degüellan en nuestros corrales, empleando muy lentos y muy bárbaros procedimientos. Cayendo que levantando sobre un tosco y desigual empedrado, llegamos a la puerta de la escuela.
Yo no entré, meentraron: era un cuerpo superpuesto en las anchas espaldas de Julián. Me dejó casi botado en el duro suelo, formado de viejos ladrillos llenos de profundas grietas, único asiento para los discípulos. Mi ayo, al dejarme, me miró con toda la ternura de que era capaz, y dió un suspiro. Me equivoco. No suspiró, bufó. Por esto creo a veces que mucho me quería. Fácilmente se puede fingir un suspiro; condificultad se puede bufar con la desesperación de un bruto.
Mis desaforados gritos cesaron al ver a mi maestra, severa, imponente, sentada en un butaque forrado de suela negra y lustrosa, por el antiguo uso, y sostenida por tachuelas doradas en otros tiempos y mejores días, pero entonces de color plomizo.
No grité, sollocé; y con mis ojos empañados por las lágrimas, me fijé en que mi maestra era una...
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