Mi unica mentira

Páginas: 7 (1610 palabras) Publicado: 10 de junio de 2013
MI ÚNICA MENTIRA


Rafael Delgado

(Para los Hermanos Aguilar Berrios, cuya sui generis mascota nos resultaba insospechada...)



Aquello era todas las noches.
Apenas apagábamos la vela, principiaba el ruido, un ruidito leve, cauteloso, tímido, como el que haría un enano de Swift, que, a obscuras y de puntillas, explorase el terreno, temeroso de graves peligros. A lo que imagino,primero reconocía el campo, iba y venía, subía y bajaba, se paseaba a su gusto por todas partes, retozaba entre las jaboneras de mi lavabo, revolvía los papeles de mi humilde escritorio escolar, profanando las odas de Horacio y las églogas de Virgilio; se trepaba al ?buró?, y con toda claridad oía yo cerca de mí los pasos del audaz, el roce de sus uñas en la fosforera, en el libro y en el sonoroplatillo de la palmatoria.
Una vez quise sorprenderle, y encendí rápidamente una cerilla: estaba encaramado en el extremo de la bujía, como un equilibrista japonés en lo alto de una pértiga de bambú.
Chiquitin como era, el molesto visitante me causaba miedo atroz. Sólo de pensar que, aprovechándose de mi sueño, iría a mi cama, se instalaría en las almohadas, saltaría a mi cabeza y arrastraría pormis labios aquella colita inestable y helada, me daba calofrió. Y héteme en vela, como escucha en vísperas de combate, conteniendo el aliento, atento el oído y abiertos los ojos para ver a mi osado enemigo. La imaginación me lo pintaba ?tanto así le temía yo- colosal, horrible, hambriento, feroz como una tigre hostigada que ha perdido sus cachorros. En esta inquietud, nervioso, sobresaltado,asustadizo, pasaba yo dos o tres horas, mientras en el otro lecho dormía mi padre el sueño dulce y tranquilo que nunca falta a las personas de buena conciencia.
A la mañana olvidaba yo mis temores y recelos de la víspera, sin pensar durante el día en el ratoncillo aquel de nuestra alcoba, teatro de sus correrías.
Un día, al volver del colegio, encontré a mi padre disgustado y mohino, revolviendopapeles de música y sacudiendo pliegos carcomidos. Había descubierto que los ratones penetraban en el ?sancta sanctorum? de sus amores artísticos, y cometían allí graves delitos, crímenes de lesa majestad. La requisotoria fue terrible: habían roído obras de raro mérito, de subidísimo valos: una ópera de Mozart, la ?Flauta Encantada?, tres sonatas de Beethoven, y la ?Pastoral? y la ?Sinfonía Heroica?,y qué sé yo qué más! El proceso había sido breve, y como no iban a fallar populares jueces, fue la sentencia draconiana: pena de muerte, garrote vil.
No tuvieron defensor los acusados. Nadie se atrevió a abogar por ellos. Yo me permití aconsejar un medio infalible para ahuyentar a los bandoleros y evitar crímenes mayores.
-¡Un gato! ?dije-. Uno de esos caballeros que gastan por las nochesluminosas gafas, prestará oportunos servicios en esta ocasión. Los malhechores tomarán el portante y emigrarán a tierras más propicias, al comedor, a la cocina, a la despensa. Allí no se atracarán de sinfonías clásicas, ni se hartarán de solfas inmortales, pero podrán encontrar algo más sustancioso y nutritivo.
Confieso humildemente que al tratar de castigar a mis enemigos, que lo eran muy temiblespara mí los tales ratoncillos, me halagaba la idea de un escarmiento ruidosa, de una ejecución pública, como esas tan provechosas para el periodismo informador, pero, acaso, porque desde niño aprendí a no hacer daño alguno a los animales, yo prefería los medios preventivos,; me ocurrió que era más llano y conveniente traer a la casa un gendarme felino, hábil, experimentado y listo, que con supresencia ahuyentara a los bandidos. Me repugnaba tender lazos ocultos y traidores y convertirnos en verdugos, por mucho que eso y más mereciesen los prejuiciosos.
-¡El ?Morrongo? de mi tía Pepa! ?esclamé.
-¿Un gato? ?prorrumpió mi padre, sacudiendo un legajo de valses viejos-. ¿Qué dices? ¿Para que tengamos que lamentar mayores fechorías? No; esos señores de la raza felina, esos descendientes...
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