Miedo y asco en Las Vegas Hunter S

Páginas: 221 (55119 palabras) Publicado: 3 de febrero de 2016
Ésta es la obra más enloquecida de Hunter S.
Thompson, figura legendaria del nuevo periodismo.
Una acción delirante: así como los caballeros de la
Tabla Redonda se lanzaban en pos del Santo Grial
envueltos en una armadura de poder sobrenatural,
Thompson entró en Las Vegas pertrechado con un
arsenal verdaderamente mágico de «nefandas
sustancias químicas» en su búsqueda del Sueño
Americano. Suspeligrosos enfrentamientos, dopado
hasta las cejas, con los empleados de casinos,
camareros, policías especializados en narcóticos y
demás representantes de la Mayoría Silenciosa,
segregan un humor alucinado y un clima de terror
muy infrecuentes. Porque ésta es la verdadera historia
de un hombre que pasó una prolongada temporada en
el infierno... y vivió para contarlo.

Hunter S. Thompson

Miedo yasco en Las Vegas
ePUB v1.0
namb 07.07.12

Título original: Fear and Loathing in Las Vegas, A Savage
Journey to the Heart of the American Dream
Hunter S. Thompson, 1971.
Traducción: J. M. Alvarez Flórez y Angela Pérez
Editor original: namb (v1.0)
ePub base v2.0

A Bob Geiger, por motivos que no es necesario explicar
aquí, y a Bob Dylan, por Mister Tambourine Man

Primera parte

1.
Estábamos enalgún lugar de Barstow, muy cerca del
desierto, cuando empezaron a hacer efecto las drogas.
Recuerdo que dije algo así como:
—Estoy algo volado, mejor conduces tú…
Y de pronto hubo un estruendo terrible a nuestro alrededor
y el cielo se llenó de lo que parecían vampiros inmensos, todos
haciendo pasadas y chillando y lanzándose en picado alrededor
del coche, que iba a unos ciento sesenta por hora,la capota
bajada, rumbo a Las Vegas. Y una voz aulló:
—¡Dios mío! ¿Qué son esos condenados bichos?
Luego, se tranquilizó todo otra vez. Mi abogado se había
quitado la camisa y se echaba cerveza por el pecho para facilitar
el proceso de bronceado.
—¿Qué diablos andas gritando? —murmuró, mirando
fijamente hacia arriba, hacia el sol, los ojos cerrados y
protegidos con unas de esas gafas españolasque van
enganchadas atrás.
—No es nada —dije—. Te toca conducir a ti.

—No es nada —dije—. Te toca conducir a ti.
Pisé el freno y enfilé el Gran Tiburón Rojo hacia el borde de
la carretera. Pensé que no tenía objeto mencionar aquellos
vampiros. Muy pronto los vería el pobre cabrón.
Era casi mediodía, y aún teníamos que recorrer más de
ciento sesenta kilómetros. Sería duro. Sabía que muy prontoestaríamos los dos volados del todo. Pero no había marcha atrás
ni tiempo para descansar. Tendríamos que seguir. La inscripción
de prensa para el fabuloso Mint 400 estaba ya en marcha, y
teníamos que llegar allí a las cuatro para reclamar nuestra suite
insonorizada.
Una famosa revista deportiva de Nueva York se había
cuidado de las reservas, y también de aquel inmenso Chevrolet
descapotable rojo queacabábamos de alquilar en un sitio de
Sunset Strip… y, en fin, yo era realmente un periodista
profesional; así que tenía la obligación de hacer el reportaje,
fuese como fuese.
Los de la revista deportiva me habían dado también
trescientos dólares en metálico, la casi totalidad de los cuales
estaba ya gastada en drogas extremadamente peligrosas. El
maletero del coche parecía un laboratorio móvil dela sección de
narcóticos de la policía. Teníamos dos bolsas de hierba, setenta
y cinco pastillas de mescalina, cinco hojas de ácido de gran
potencia, un salero medio lleno de cocaína, y toda una galaxia de
pastillas multicolores para subir, para bajar, para chillar, para
reír… y, además, un cuarto de tequila, un cuarto de ron, una
caja de cervezas, una pinta de éter puro y dos docenas de amyls [1].

Habíamos recogido todo esto la noche antes en un frenético
recorrido a toda pastilla por el condado de Los Angeles: de
Topanga a Watts agarramos todo lo que se nos puso a mano.
No es que necesitásemos todo aquello para el viaje, pero en
cuanto te metes a hacer una recolección seria de drogas, tiendes
a reunir las más posibles.
A mí lo único que realmente me fastidiaba era el éter. No
hay...
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