La madre de Miguel Enríquez, Graciana, fue una ex-esclava. Su padre, cuya identidad no se conoció con precisión, era un hombre blanco vinculado a los altos estamentos de la sociedadsanjuanera de la época. Dada su condición de mulato, Miguel Enríquez pasó sus años de juventud como un zapatero, un ciudadano más, sin importancia, en el Puerto Rico colonial de la época. No obstante,y aparte de su inteligencia natural, contó con una ventaja invaluable para esa época: aprendió a leer y a escribir. Una coyuntura histórica, que él supo aprovechar gracias a la conexiones quecultivó en el gobierno colonial español y a su talento innato, le abrieron las puertas a la grandeza.En una época en que los más ricos sanjuaneros sólo tenían un puñado de esclavos, MiguelEnríquez llegó a tener cientos. Era ciertamente un hombre producto de sus circunstancias, con sus defectos y virtudes.Este hombre de origen humilde llegó a tener tanto poder, que incluso la Misade los domingos no podía comenzar hasta que Ana Muriel, amante del corsario, llegara a la iglesia. Controlaba todo el comercio en una de las principales calles de San Juan.En reconocimiento asus logros como corsario, el propio rey de España le otorgó el grado honorífico de “Caballero de la Real Efigie”. Obispos y otros personajes importantes pernoctaban en su hacienda “El Plantío”,en Toa Baja.Gracias a los esfuerzos de los historiadores Salvador Brau y Arturo Morales Carrión y el escritor José Luis González, quienes rescataron del olvido a Miguel Enríquez, y alprofesor López Cantos, quien nos expuso al corsario en toda su dimensión, hoy sabemos que Puerto Rico no nació a la existencia a partir del Siglo 19. Estamos en presencia de un verdadero gigante denuestra Historia nacional que bien ha merecido ser el personaje central de una novela de Enrique Laguerre, y cuya fascinante trayectoria debería ser el centro de un proyecto cinematográfico.
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