mineria

Páginas: 7 (1571 palabras) Publicado: 10 de mayo de 2013
MINERÍA

Lenta, en el cielo, la luz de la tarde comenzaba a despintarse, a teñirse anaranjada. Se asomaba lluvia de tormenta. En la chacra, el viento arremolinaba los ichus arrancándolos como si jugaran a ser arrancados: con goce; los pastizales bamboleaban de lado a lado simulando danzar en ofrenda a las bestias que extasiadas mugían en descontrol desde el corral; o tal vez sentían miedo.Daban las cinco peme. La helada cubría el tejado en su totalidad, derritiéndose y filtrándose lentamente entre aberturas que sobre nosotros apenas alcanzaban noventa centímetros de diferencia. Las hileras de líquido color azufre gorgoteaban débiles pero constantes a través diferentes y minúsculos hoyos hasta dentro de la salita que también era cocina y dormitorio. Estábamos acostados uno cerca delotro sobre piel de animal desde un rincón de la casucha donde sentíamos mayor comodidad que en otros rincones. Nos cubrimos con interminables mantas, y con la visión inútil, como si cerrando los ojos se obtuviese mayor claridad en la oscuridad que abriéndolos; declaramos acabada la jornada de mi instalación.

La tormenta se intensificó en la madrugada, escuchamos los horrores de las bestias, losaullidos intermitentes de las jaurías, el rio desbordado y los gorgoteos acribillando el tejado más y más intensos. Encendimos una lamparilla de querosene que colocamos en lo más alto del tendedor, bajo el decreto de no conciliar el sueño. A un lado de nosotros y lo suficientemente alto, la lamparilla fungía como una especie de giroscopio que exigía la atención de nuestras miradas,hipnotizándonos. Lamentablemente, y esto lo teníamos claro el abuelo y yo, mirarlo no haría que nos transportara a un idealizado y bucólico paraje en medio del desierto, ni al majestuoso palacio de algún califa con sus decenas de sus mujeres prestas al intercambio gratuito de lo carnal, ni nada de nada. Logró, eso sí, afianzar nuestro pánico: la llama de la lamparilla oscilaba bruscamente deformando el entorno,penetrando caóticamente en la oscuridad, dibujando horripilantes seres que los niños juraban ver, sin duda una imaginación anatémica la de ellos; cuyo efecto pronto pudimos compartir el abuelo y yo. No por los alaridos infundados de las niñas. Nos alertaba desde fuera la voz de un hombre que sollozaba.

La luz se filtraba a través de la manta, rozando levemente nuestros rostros; una claridadcasi imperceptible nos mantenía todavía despiertos. El abuelo, sin embargo, no resguardaba su rostro bajo el cálido de las mantas; él observaba detenido la tenue luz de la lamparilla que débilmente exhalaba todavía fuego. Se podía escuchar el tormento de los de afuera que de vez en cuando se acallaban por truenos apabullantes, sentíamos como se descargaba el cielo una y otra vez, como los mugidosse relegaban a segundo plano por el olor intenso a ceniza, ha consumido. Tres rayos consecutivos desbordaron el pánico una vez más, los sentimos tan cercanos que pensamos que tal olor producto de la descarga venía de nosotros. El abuelo se mantenía impávido, ajeno a todo. Un pesar lo aquejaba, lo sabía. Luego, media hora después, no sentimos ya nada ni el lamento, ni los gorgoteos, ni el vientozumbando el tejado, ni a las niñitas. Ni siquiera a aquel hombre que lloraba su despojo y su miseria. El abuelo a mi lado respiraba hondo y profundo, su mirada se perdía en la ventanilla, solo la ventanilla; ya no el fuego de la lamparilla. Y sin más, agazapándose tiernamente e ignorando todo, se recostó en la esquina del cabezal por sobre la almohada que era ropa embutida en bolsa, manteniéndoseerguido por sobre mi cabeza y la del resto. Raudo, extendió su largo y pellejudo brazo. Con sus gráciles y grandes dedos apagó el mechero.

Por la mañana, muy temprano, al despertar, sentí la ausencia de sus cuerpos. Mis piernas temblaban. La mañana descongelaba los tejados rápidamente. Se podía sentir la crepitación del fogón como huesos fracturándose lenta y dolorosamente. El ambiente...
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