mision de la universidad cap 1y 2
La Federación Universitaria Escolar me ha pedido que venga aquí para hablar a ustedes sobre la reforma académica. Y yo, que detesto hablar en público, hasta el punto de que he procurado hacerla muy pocas veces en mi vida, sin vacilar un momento me he dejado esta vez requisar por los estudiantes. Esto quiere decir que vengo aquí con entusiasmo. Conmucho entusiasmo, pero sin mucha fe. Pues claro está que son dos cosas distintas. ¡Aviado estaría el hombre si no pudiese sentir entusiasmo más que por aquello en que siente fe! De esa suerte continuaría a estas fechas la Humanidad su existencia de troglodita, ya que todo lo que vino a superar la caverna y la selva primigenia fue en su hora primera sumamente improbable, y, sin embargo, el hombresupo entusiasmarse con el proyecto de tan inverosímiles empresas, y por ello se puso a su servicio, se esforzó magnífica- mente en lograr lo increíble y, al cabo, lo consiguió. No hay duda que es una de las fuerzas radicales del hombre esta capacidad para encenderse en la lumbre de lo improbable, difícil, distante. El otro entusiasmo, que nace en la cómoda cuna de la fe, casi no lo es, porqueconsiste en estar por anticipado seguro del triunfo. ¡Poco se puede esperar de quien sólo se esfuerza cuando tiene la certidumbre de que va a ser, a la postre, recompensado! Recuerdo haber escrito en 1916 que los alemanes perderían la guerra, porque habían entrado en ella demasiado seguros de la victoria, porque habían puesto entero su ánimo a vencer y no simplemente a combatir. En la lucha hay queentrar dispuesto a todo; por tanto, dispuesto también a la derrota y al fracaso, los cuales son, no me- nos que la victoria, caras que de pronto toma la vida. Cada día se me impone con mayor claridad la convicción de que el exceso de seguridad desmoraliza a los hombres más que cosa alguna. Por eso, porque lle8aron a sentirse demasiado seguras, todas las aristocracias de la Historia cayeron enirremediable degeneración. y una de las enfermedades que el tiempo actual padece, sobre todo la nueva generación, es que, merced al progreso técnico y de la organización social, los nuevos hombres se encuentran en la vida seguros de demasiadas cosas1.
1. Véase sobre esto mi reciente libro La Rebelión de las masas.
No extrañe, pues, que, ejercitando la condición natural humana, venga aquí conmás entusiasmo que fe. Pero ¿cuál es la razón para esta penuria de mi fe? Miren ustedes: ahora vendrán a hacer los veinticinco años que escribí mis primeros artículos sobre reforma del Estado español en general y de la Universidad en particular. Aquellos artículos me valieron la amistad de D. Francisco Giner de los Ríos. Eran entonces contadísimas las personas que en España admitían la necesidad deuna reforma del Estado y aun de la Universidad. Todo el que osaba hablar de ellas, insinuar su conveniencia quedaba, ipso facto declarado demente o forajido, y fuese él quien fuese se le centrifugaba de la comunidad normal española y se le condenaba a una existencia marginal, como si reforma fuese lepra. Y no se diga que esta hostilidad frente a la menor sospecha de reforma se originaba en que losreformadores fuesen gente radical, destructora del orden establecido, etc., etc. Nada de eso. Aunque fuera archimoderado, el que hablase de reforma que- daba excluido de entre los hombres «tratables». Esto aconteció con D. Antonio Maura, a quien las clases conservadoras mismas habían puesto en las cimas del Poder público. Convencido de que era urgente, aun desde el punto de vista más conservador,modificar la organización del Estado, se vio al punto expelido al extrarradio de la vida nacional. Su intento de reforma quedó aniquilado por un chiste muy en boga a la sazón: porque era reformadora su actuación se le comparó a un caballo de la Guardia Civil que entra en una cacharrería. Dos cosas no advertían los que se regostaban propalando este chiste: una, que pocos años después iba a...
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