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La búsqueda de una nueva ruta en nuestro firme itinerario de Misioneros de la Luz nos había llevadoun día hasta el mundo de los seres imaginarios y felices. Estimábamos que los hombres de nuestras tierras tenían claro el mensaje de Jesús y por eso un día nos fuimos a predicar sobre la vasta selva: sobre la extensa arboleda, los extraordinarios ríos, los monstruosos animales, los valerosos hombres. Éramos cinco: yo y mis cuatro mejores camaradas de toda la vida: Yimi, Eri, José Luís y el hombrede las cinco vocales: Aurelino.
Una noche nos recluimos a leer La Palabra alrededor de la llamarada ardiente, y, entre el susurro de los infinitos insectos y el ras de las hojas de los árboles al recibir el contacto de la brisa, sentimos las pisadas de unos pasos gigantescos. Cerramos rápidamente las Biblias y volamos ágilmente los arbustos cercanos y caímos dentro de una vivienda desarrapadaque habíamos descubierto aquella misma tarde. Desde allí volvimos a sentir las pisadas del monstruo que se avecinaba y el desbarajuste demoníaco de los árboles ante su llegada triunfal. Un golpe duro deshizo la puerta de la pequeña y desde el infierno de la obscuridad rugió la estridente voz de lo que había allá afuera. Nos dijo:
--Abandonen, amigos, el escondite innecesario. Les prometo queles cuidaré de los demonios que por aquí rondan. También les prometo paz. Vamos, salgan.
Aurelino, el jefe indiscutible de la misión, imploró con voz nerviosa desde la esquinita en donde estábamos por la vida de todos. Una sombra muy negra nos invitaba a salir y nos garantizaba el pellejo. Salimos y nos colocamos bajo las numerosas estrellas y nos recibía una sombra cuya cabeza se perdía en loalto. Nos dijo:
--Buenas noches, amigos, soy Augusto Sanz Villamercedes, el Hombre de la Selva, el Hombre de esta América. Veo que son bastante jóvenes y que están inmersos en un inmenso peligro. (Las fieras los asechan para comerlos vivos.) Sólo los valerosos y bienaventurados salen con el precioso don de la vida al salir de esta hermosa parte del Universo. Pueda que ustedes mueran esta noche.¿Qué buscan sino la muerte? ¿Algún secreto? Pueda que ustedes mueran esta noche. ¿Buscan algún secreto? Quisiera saber.
--Anunciamos el Amor –cantó la todavía nerviosa voz de Aurelino.
--Buscamos a quien dar el anuncio del Evangelio –agregó Yimi.
--Aquí se necesita a Dios y se lo traemos –dijo José Luís.
Eri y yo, los más tímidos y débiles de todos, optamos por la caridad del silencio.Ya comenzábamos a tener algo de confianza en el extraño, quizás por la arrogancia de sus enormes brazos robustos. El Hombre de la Selva continuó:
--¿Quiéren romper con nuestro presente? ¿Están arriesgando sus vidas a favor de la Utopía que les sonríe bajo los brazos? Aquí está también la muerte. Han encontrado lo primero porque quien les apareció fue un hombre que tal vez sueña como ustedes,...
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