Moctezuma

LIBRO CONDENSADO

Por Hugh Thomas

©1999, Editorial Planeta

Yo, Moctezuma

Recuerdo muy bien el momento en que oí por primera vez de los extraño de cabello claro. Fue por la tarde, cuando regresé de haber sometido a los soconuscos apenas unos meses después de haber ascendido al trono. Había regresado de esa lejana guerra con millares de cautivos. Desde la anchacalzada vi miles de canoas recorriendo el lago. Las ciudades y pueblos lacustres brillaban a la luz del sol.

Nos aproximamos a los señores y sacerdotes que venían a darnos la bienvenida en la calzada, entre ellos mi sucesor como sumo sacerdote de Huitzilopochtli, así como el de Tláloc, dios de la lluvia; el vigilante de la casa de los Dardos y el comandante del ejército interior y casitodos los nobles, todos ellos parientes lejanos míos.

Esa tarde, el Vigilante de la Casa de las Tinieblas vino a verme a mi palacio cuando todavía me estaban saludando.

— Moctezuma — me dijo en voz baja —, unos mercaderes de Xicallanco tienen algo extraño que contarte.

— ¿Dónde están?

— Aquí. Están en Tenochtitlan, en el palacio de Axayácatl, tu padre.

— Los verémañana. Cuida de ellos esta noche.

— Moctezuma, deberías verlos esta noche.

— Muy bien. Mándalos llamar.

Me irritaba haber cedido a la solicitud del vigilante, pero hay que tener en cuenta que es el tercer hombre de importancia del imperio después de los reyes de Texcoco y de Tacaba. Vi a solas a los mercaderes, salvo por la presencia del mayordomo del palacio.

—Contadme — les pedí amablemente.

— Hay un pueblo llamado paya — explicó uno de ellos — Son gente buena. Comercian con los mayas. Dicen que vieron lo que tomaron como un monstruo marino, con velas altas. Al principio creyeron que era un pueblo de chinampas que flotaban en el mar. Los payas son valientes y se acercaron al monstruo. Cuando se aproximaron vieron que se trataba de un gran barco. Abordo iban hombres altos, blancos de cabello claro, con pelo largo y hermoso en la barbilla.

— ¿Cuántos había?

— Tal vez 100, acaso 50, nos dijeron los payas. Los extraños bajaron una canoa. Algunos se subieron a ella y fueron a ver a nuestra gente. Hablaron en su idioma. No los entendieron. Acabaron hablando por señas.

— ¿Qué ropa vestían los extranjeros?

— Ropa rara.Metal, metal negro, bien pulido, encima de ropa marrón y verde. Zapatos largos y negros de piel de venado que subían por toda la pierna. Pelo largo, claro y hermosos en la barbilla. Eso es lo que pareció más importante a los payas.

— ¿Qué más pueden contarme de esos extraños? — pregunté.

Otro de los mercaderes continuó con el relato:

— Esa gente tiene dioses y una diosa queadmiran sobre todo y también a su hijo. Tienen imágenes de esos dioses y de otros. Se las enseñaron a los payas. Parecían seres humanos, no dioses.

— ¿Cuándo ocurrió eso?

— No hace mucho. Hará unos meses. Los payas se lo contaron a los mayas y los mayas a nosotros.

— ¿Quién es su jefe?

— Había un hombre alto de cabello largo y claro. Hablaba todo el tiempo. Los payascreyeron que él debía ser su jefe. Quien habla, dirige.

— ¿Eso es todo?

— Si, Moctezuma — contestó el mercader que había hablado primero.

Miré a los demás. Ninguno tenía nada más que decir. Les di las gracias. Ordené que los hospedaran en otra parte del palacio, que se los alimentara bien, que visitaran la casa de las prostitutas pintadas de blanco. Pero, claro, no podía dejarque siguieran con vida. Sería inconcebible que en todo Tenochtitlan corrieran chismes sobre unos extraños de cabello claro. No necesitamos rumores que distraigan a la gente de su trabajo. Pregunté al mayordomo si los mercaderes habían hablado con alguien antes de hacerlo conmigo. Me aseguró que no. Ordené que los ahogaran. Nadie, salvo el mayordomo y el Vigilante, se enteraría de los extraños...