Monólogos De Mr. Nobody

Monólogos de Mr. Nobody

Encuentros con el Dr. Heppt

Un murmullo que aumentaba de volumen comenzó a escucharse al otro lado de la puerta, como si varias personas se acercaran. De pronto el picaporte giró violentamente con un ruido sordo y alguien estiró de él, abriendo la puerta de par en par con una energía inusitada. Al principio el contraste por el exceso de luz exterior me impidió vercon claridad, pero rápidamente aquel grupo atravesó el umbral de la puerta revelando sus figuras. No cabía ninguna duda, era él. El Professor Doktor Heppt avanzaba con pasos tan seguros que las paredes vibraban al mismo ritmo. Iba ataviado con la característica indumentaria de todos los médicos de clínica privada: bata blanca, dos bolígrafos y un lápiz en el bolsillo que colgaba a la altura delpecho, un bloc de notas bajo el brazo y unas gafas con montura de aluminio, un poco caídas sobre el puente de la nariz. Sin embargo él era diferente de todos los demás. Irradiaba una luz especial y se sabía inmediatamente que era el protagonista del grupo. A su alrededor una horda de personajillos le seguía para bailarle el agua. Eran médicos de guardia y enfermeras que se apresuraban a seguirle elpaso. A su izquierda una monumental doctora nórdica, rubia de pelo recogido, con pecas, de no más de treinta años y apariencia de no haber roto un plato en su vida, le relataba el historial médico de los últimos días, mi historial médico. Hacía un evidente esfuerzo por ser diligente en la explicación y avanzar a la misma velocidad que él, cosa no del todo fácil. El Doktor Heppt ni siquiera lamiraba, aunque ella sí le hablaba a él mirándole directamente a la cara, frotándose nerviosamente las manos. Yo observaba esta procesión como en una película a cámara lenta y me pareció que su transcurso duraba años. Cuando llegaron a los pies de mi cama me fijé en que la expresión del reputado Doktor me recordaba a algo que había visto ya muchas veces antes. Era algo así como una mueca mezcla desonrisa sarcástica y piedad. Sí, el Doktor se apiadaba de mí. No porque yo estuviera enfermo y el no, sino porque parecía que no me daba perfecta cuenta del honor que suponía para mí una visita como aquella. Y entonces recordé dónde la había visto antes. Julio Iglesias. Era la expresión de Julio Iglesias. Aquella persona me estaba observando como se hace con una rata de laboratorio: con la superioridadde saber que yo estaba en sus manos y supeditado a la emisión de sus conocimientos médicos. Yo no era una persona, sino un objeto científico. No le interesaba de mí ni cómo me sentía hoy, ni si tenía dolor, ni si el tratamiento que me aplicaban me provocaba náuseas o no. Lo único que el Professor Doktor Heppt quería de mí era asegurarse de que conmigo había consagrado otro trabajo inmaculadamentefinalizado. Más que hendir el bisturí en mis blandas amígdalas, me había bendecido con su corte. Lo que él había separado, que no lo pudiera volver a unir el hombre. Amén. Cuando su condiscípula acabó el relato de mi historial (que parecía hubiera estado aprendiéndose de memoria el día anterior para impresionar a su honorable jefe)

el Doktor entornó ligeramente los ojos durante un milisegundoy acabó por emitir no su diagnóstico, sino su veredicto, en inglés, haciendo gala de su internacionalidad, ya que probablemente debía viajar muchísimo de congreso en congreso. Tokio, Nueva York, París, Berlín… Lo que me dijo no era nada que no supiera ya de boca de sus subalternos, pero pronunciado por él adquiría un carácter sagrado. Ya podía ir en paz. Acabó por extenderme le mano blandamentecon el dorso hacia arriba. Yo no sabía si porque quería que se la estrechara o para que le besara el anillo. Y entonces ocurrió. Increíblemente, la persona que tenía en frente, fuera de de este mundo o no, frunció los labios y emitió algo así como una sonrisa. Yo imaginaba que él adoptaba ese mismo gesto forzado cada vez que algún medicucho recién licenciado le reconocía en las fiestas de la alta...