Morfina: Erupcion Estrellada Mujai Bulgakov
En lo que a mí se refiere, sólo ahora me doy cuenta de que en el invierno de 1917 fui feliz. ¡Un año inolvidable, impetuoso, acosado por las tormentas de nieve!
La tormenta que habíacomenzado me atrapó, como a un trozo de periódico roto, y me transportó de un lugar perdido a la capital de distrito. ¡Vaya gran cosa, dirán ustedes, la capital de un distrito! Pero si alguien hubiera pasado un año y medio -como lo hice yo- en medio de la nieve en invierno y de los severos y pobres bosques durante el verano sin ausentarse ni un solo día, si alguien hubiera roto la tira de papel queenvolvía el periódico de la semana anterior con fuertes latidos del corazón como un amante feliz rompe un sobre azul, si alguien hubiera recorrido, para atender un parto, dieciocho verstas en un trineo tirado por caballos que marchan en fila india, si alguien hubiera hecho todo esto, supongo que me comprendería.
La lámpara de petróleo es comodísima, ¡pero yo prefiero la electricidad!
¡Así pues,finalmente vi de nuevo las seductoras lámparas eléctricas! La calle principal de la pequeña ciudad, perfectamente aplanada por los trineos de los campesinos, era una calle en la que, para delicia de los ojos, colgaba un rótulo con unas botas, un bollo dorado, algunas banderas rojas, la imagen de un hombre joven de porcinos y desvergonzados ojillos y un peinado absolutamente inverosímil, lo quesignificaba que detrás de las puertas de cristal de aquel establecimiento se encontraba el Basil local, dispuesto, por treinta kopeks, a afeitarle a uno en cualquier momento excepto los días de fiesta, que tanto abundan en mi país.
Aún ahora me estremezco al recordar los paños de Basil, esos paños que con insistencia, a pesar de mi voluntad, me traían a la mente aquella página de un manual alemán deenfermedades de la piel en la que, con convincente claridad, estaba representado un chancro en la barbilla de un ciudadano.
¡Pero ni esos paños pueden ensombrecer mis recuerdos!
En una esquina había un policía de carne y hueso, en una vitrina empolvada se veían confusamente hojas de metal llenas de apretadas filas de pastelillos recubiertos de una crema rojiza, el heno cubría la plaza., laspersonas iban a pie o en trineos y conversaban, en un quiosco vendían periódicos moscovitas del día anterior con noticias sensacionales, cerca de allí silbaban los trenes que llegaban de Moscú. En una palabra, era la civilización, Babilonia, la Perspectiva Nevski.
Ni siquiera es necesario hablar del hospital. En él había secciones de cirugía, terapia, enfermedades infecciosas, obstetricia. Había unasala de operaciones en la que brillaba la autoclave y los grifos emitían destellos plateados; las mesas mostraban sus ingeniosas patas, dientes y tornillos. En el hospital había un médico principal, tres internos (aparte de mí), enfermeros, comadronas, enfermeras, una farmacia y un laboratorio. ¡Un laboratorio, imaginaos! Con un microscopio Zeiss y una magnífica reserva de tintes.
Yo temblaba y mequedaba helado bajo el peso de todas aquellas impresiones. Pasaron no pocos días antes de que me acostumbrara a que durante los crepúsculos de diciembre los pabellones del hospital se llenaran de luz eléctrica como si obedecieran una orden.
La luz me había cegado. En las bañeras el agua se agitaba y retumbaba y sucios termómetros de madera se hundían y flotaban en ellas. En la sección pediátricade enfermedades contagiosas, todo el día estallaban gemidos, se escuchaba un llanto débil y conmovedor, un ronco gorgoteo…
Las enfermeras corrían, atendían…
Mi alma se había librado de una pesada carga. Ya no llevaba sobre mis espaldas la responsabilidad fatal por todo lo que ocurriera en el mundo. No era el culpable de una hernia estrangulada, no me estremecía cuando llegaba un trineo...
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