Mujeres De Ojos Grandes

Páginas: 186 (46332 palabras) Publicado: 25 de abril de 2012
MUJERES DE OJOS GRANDESÁNGELES MASTRETTA

Segunda edición:1991Aguilar, León y Cal Editores, S.A. de C.V.Impreso en México

Angeles Mastrettanació en la ciudad de Puebla, México, el año de 1949. Estudió pe-riodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Lleva años ejerciendoel periodismo y la literatura. Es miembro del Consejo Editorial de la revistaNexos.Como en lasviejas historias orientales, una mujer se propone salvar a otras mujeresdel olvido, ganarlas para la persistencia y el recuerdo, y escoge para eso el arte que la natu-ralidad y la constancia le han dado: el arte de contar. La voz narrativa de Angeles Mastrettanos lleva por una galería intensa y diversa de mujeres salvadas gracias al encanto verbal.Las historias de Mastretta integran un tejido hecho desimpatía desencadenada y silenciospuntualísimos.Este libro tiene, además, un hilo claro que lo anima y potencia: mujeres en momentoscruciales de sus vidas. Mujeres con historias desmesuradas, que pueden resumir en unanuez de experiencia lo que se ha llevado años vivir. Mujeres sorprendidas, sorprendentes,fotografiadas en el instante decisivo:Mujeres de ojos grandes . Con la llaneza de laelegan-cia, la prosa de Angeles Mastretta vuelve a estar a la altura de lo que sus personajes sue-ñan, lamentan, descifran de la vida.
Mujeres de ojos grandes Ángeles Mastretta3Para Carlos Mastretta Arista,que regresó de Italia La tía Leonor tenía el ombligo más perfecto que se haya visto. Un pequeño puntohundido justo en la mitad de su vientre planísimo. Tenía una espalda pecosa y unascaderasredondas y firmes, como los jarros en que tomaba agua cuando niña. Tenía los hombrossuavemente alzados, caminaba despacio, como sobre un alambre. Quienes las vieron cuen-tan que sus piernas eran largas y doradas, que el vello de su pubis era un mechón rojizo yaltanero, que fue imposible mirarle la cintura sin desearla entera.A los diecisiete años se casó con la cabeza y con un hombre que era justo lo queunacabeza elige para cursar la vida. Alberto Palacios, notario riguroso y rico, le llevaba quinceaños, treinta centímetros y una proporcional dosis de experiencia. Había sido largamentenovio de varias mujeres aburridas que terminaron por aburrirse más cuando descubrieronque el proyecto matrimonial del licenciado era a largo plazo.El destino hizo que tía Leonor entrara una tarde a la notaría,acompañando a su ma-dre en el trámite de una herencia fácil que les resultaba complicadísima, porque el reciénfallecido padre de la tía no había dejado que su mujer pensara ni media hora de vida. Todohacía por ella menos ir al mercado y cocinar. Le contaba las noticias del periódico, le expli-caba lo que debía pensar de ellas, le daba un gasto que siempre alcanzaba, no le pedíanunca cuentas y hastacuando iban al cine le iba contando la película que ambos veían: "Tefijas, Luisita, este muchacho ya se enamoró de la señorita. Mira cómo se miran, ¿ves? Ya laquiere acariciar, ya la acaricia. Ahora le va a pedir matrimonio y al rato seguro la va a estarabandonando".Total que la pobre tía Luisita encontraba complicadísima y no sólo penosa la repentinapérdida del hombre ejemplar que fue siempre elpapá de tía Leonor. Con esa pena y esacomplicación entraron a la notaría en busca de ayuda. La encontraron tan solícita y eficazque la tía Leonor, todavía de luto, se casó en año y medio con el notario Palacios.Nunca fue tan fácil la vida como entonces. En el único trance difícil ella había seguidoel consejo de su madre: cerrar los ojos y decir un Ave María. En realidad, varias Avesmarí-as, porque aveces su inmoderado marido podía tardar diez misterios del rosario en llegar ala serie de quejas y soplidos con que culminaba el circo que sin remedio iniciaba cuando poralguna razón, prevista o no, ponía la mano en la breve y suave cintura de Leonor .Nada de todo lo que las mujeres debían desear antes de los veinticinco años le faltó atía Leonor: sombreros, gasas, zapatos franceses, vajillas...
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