Naaaa
© Rosario Vila, 2014
AGRADECIMIENTOS
Gracias a Eli Rapunzel, Ana, Noelia, Vicki, Rosi y Álex por aguantar a
Sara Sanz y evitar que se desmadrara en exceso. Por ello, los personajes
de este libro os estarán, también, siempre agradecidos.
1
La primera vez que recuerdo haber mentido fue cuando tenía seis años. Mi
madre me había llevado a casa de una nueva vecinadonde se iba a celebrar
una reunión de Avon. Había faltado al colegio para ir al médico, así que no
tuvo más remedio que ir conmigo si no se la quería perder. En un principio
todo discurría con normalidad. Algunas señoras se probaban en el dorso de
la mano nuevos tonos de barra de labios. Otras se ponían gotas de perfume
en las muñecas y las más atrevidas se probaban saltos de cama ante las
risitasescandalizadas de algunas de las presentes. Hasta que entre geles y
cremas hidratantes llegó el momento que cambió mi vida para siempre.
–¿Qué tomará la nena?, ¿quieres merendar algo, cariño? –me preguntó la
anfitriona de la reunión. Yo miré a mi madre buscando su aprobación y al
verla asentir con la cabeza contesté tímidamente que sí. Recuerdo que se
me había caído un diente y me daba vergüenza quese me viera la mella,
así que en aquel momento no quise abrir mucho la boca para que el mundo
no descubriera que me había convertido en la hija secreta de Pozí–. ¡Tengo
en la nevera una tarta de almendra que te va a encantar! –me dijo
entusiasmada mi vecina.
La amable mujer se fue meneando el trasero alegremente y volvió de la
cocina con un trozo de tarta para mí. A simple vista tenía buenaspecto,
pero cuando me metí en la boca el primer trozo me di cuenta enseguida de
lo seca que estaba. Después de conseguir despegarme la primera bola de
miga seca del paladar y de tragármela con mucho esfuerzo, tiré a mi madre
del jersey y le dije:
–Mamá, ¡esta tarta no me gusta!
–¡Shhh! ¡No seas desagradecida!, ¡no será para tanto! Trágatela sin pensar
y dale las gracias a la señora –me ordenó ellasusurrando.
Como pude me la fui comiendo. Quería pedir leche para ayudarla a bajar,
pero entonces pensé que si lo hacía mi vecina se daría cuenta, como por
arte de magia, de lo que realmente pensaba de su tarta. Había
experimentado varias veces cómo mi profesor de matemáticas sabía que no
había hecho los deberes solo con verme mirarle de reojo temblorosa, así
que no quise correr el riesgo y ganarmeun pellizco de mi madre. Cuando
todas las mujeres terminaron de hacer sus pedidos de cremas y demás
productos de belleza conseguí comerme el último trozo. Mi vecina se
acercó a mí y entonces mi madre me dio disimuladamente un pequeño
tirón de la coleta.
–Bmuchas pgracias por la frarta, feñora. Estabfa muy fbuena –dije yo con
la boca más seca que la toalla de un hippy al captar la señal amenazantede
mi madre.
–No hay de qué, cariño. ¡Qué niña tan mona y tan educada tienes, Carmen!
Al salir de la reunión mi madre me dio una pequeña charla sobre buenas
maneras, la cual, parece ser, me caló hondo. Me explicó que a veces hay
que mentir para ser educados. Que en ciertas circunstancias es mejor no
decir la verdad para no herir los sentimientos de las personas y que en
algunos casos una mentiraes lo que la gente espera de nosotros. Yo
rechisté diciendo que ella siempre me regañaba cuando le mentía y que si
no podía engañarle a ella no veía por qué se lo tenía que hacer a gente que
no conocía. Entonces mi madre que, por cierto, nunca ha destacado por su
tacto, me hizo una revelación por la que le dejé de hablar hasta que tuve
que pedirle la paga semanal unas horas más tarde.
–Verás,Sara, te contaré algo para que lo entiendas mejor. ¿Recuerdas que
la semana pasada vino el Ratoncito Pérez mientras dormías y te dejó cinco
duros debajo de la almohada?
–Sí, ¿por qué lo dices, mamá? ¿Te ha dicho que se los devuelva? ¡Pero
mamá, si los había dejado para mí! –empecé a quejarme con un nudo en la
garganta.
–No, no es eso. Mira, Sara, el Ratoncito Pérez no es un animalillo peludo,
ni...
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